Esteban Jaramillo
La idea era la felicidad de un triunfo. A eso fueron ocho mil hinchas al estadio. Pero el Once Caldas chocó, en su incapacidad, con un rival tocador, pero mañoso, y un árbitro sin autoridad, para un empate simplón que no agradó.
Bodhert y su eterna confusión.
El entusiasmo del arranque se desvaneció muy rápido por la complejidad del partido. No logró, el técnico, descifrar la presión asfixiante que planteó Alianza. Incomprensibles, como siempre, fueron sus relevos cuyos aportes se quedaron sobre el papel.
Con efecto contrario, agigantaron el problema de la definición, por los complicados caminos elegidos para llegar al gol.
Fue un desfile desesperado de delanteros, enredados entre sí, sin pases, sin desmarques, sin remates. Encargados de armar las jugadas desde su zona, ni Rodríguez, ni Guzmán, encontraron la ruta.
Más efectivo el juvenil, pero con fallos reiterados en la habilitación profunda y filtrada entre líneas. La pelota frontal y aérea fue fórmula desesperante, que chocó contra los dos postes defensivos del oponente, ejes del partido en su tarea destructiva. Excusado "el ollazo", por pasajes, por la ausencia de manejo en medio campo.
En un ir y venir con vértigo, sin claridad con la pelota, el Once terminó rendido ante la desaprobación de la tribuna.
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