Terminando el año, algunos analistas se atreven a señalar tres líneas o actitudes ante la vida como resultado del tiempo de confinamiento, de la pandemia por el covid con todos los impactos vividos.
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La primera es la desilusión; análisis como los de Toffler en “La tercera ola” o Yuval Noah en sus “21 lecciones para el siglo XXI” quedan pulverizadas por todo lo vivido en esta época; la duda, el decaimiento, el miedo tenaz al presente y futuro, la desesperanza, la depresión, el deseo de suicidio, la pérdida de valores estables, el oscurecimiento de la luz de la Verdad absoluta, todo ello hace navegar a muchos en la desilusión; nada vale la pena; vivir es pesadilla sin fin, el amor es solo instante de sol en medio de tormenta general.
La segunda línea es la rabia, así como suena; es la ira contra Dios, contra lo enseñado como verdad que lleva a una actitud de odios, destrucción, de incomodidad contra los poderes del pasado y del presente; lo que se dice, o nos han engañado, o son incapaces de responder con luces a los truenos de una tempestad creciente que todo lo devora; es desobediencia, anarquía, cerrazón a toda explicación.
La tercera línea es el Éxodo; es la vivencia de quienes nos consideramos en camino, con espacios planos y fáciles que a veces se tornan resbaladizos y estrechos, ámbitos de alegría y otros de tristeza, triunfos y derrotas, aparición del enemigo y apertura del mar para ofrecer caminos y avances.
Es vivir el Éxodo bíblico que personificado en el pueblo de Israel salido desde la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida se ve a veces sin jefes, otras con perseguidores en el cuello, queriendo parar o devolver los pasos, otras veces obediente y otras en rebeldía.
Es el camino recorrido por Jesús en Galilea a veces en compañía grata, con multitudes que aclaman, con discípulos leales, en transfiguración y soledad, en acusación, latigazos, insultos y cruz, muerte y Resurrección.
Este tiempo de Navidad nos invita a seguir este buen y luminoso camino desde la cuna de Belén, pasando por el calvario hasta el monte de la Resurrección y Gloria.
El iniciar la oración de la Novena preparatoria a la Navidad puede ser sacudir miedos y rabias frente a la vida y sentir de nuevo el valor de la reunión familiar, la solidaridad efectiva y el abrazo con Dios. Nos hace falta hacerlo.
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