En Colombia, nuestro hermoso país, necesitamos adentrarnos en una vida sin dolo, es decir sin engaño, fraude y corrupción tan campante y con descaro en la vida nacional; el engaño es pariente de la mentira y del robo que desemboca en inseguridad y rabia cercana a la violencia, otra plaga extendida por doquier y que entró a la sala central de las familias.
Es urgente desterrar el dolo de nuestra existencia abriendo paso a la verdad y transparencia en la vida para llegar a la confianza de persona a persona, de institución a institución, de familia a familia.
Pero también nos gusta desterrar el dolor que brota ante lo adverso a la búsqueda de la felicidad y el bienestar, dolor que ataca la mente, el espíritu y el cuerpo como organismo de amable compañía.
Necesitamos mitigar o suprimir el dolor en toda ocasión o al menos hacerlo tolerable; sabemos que existe, que aparece un día u otro, que está aquí y a veces en mí, pero buscamos hacerlo llevadero.
Hoy es el Día del Anestesiólogo, de este gran profesional, él o ella, que con su ciencia específica y prodigiosa hace posible que no sintamos el dolor físico en momentos tan cruciales como la curación de una herida o una intervención quirúrgica.
Gratitud a quienes hacen lo posible para suprimir el dolo y el dolor y hacer más grata nuestra diaria placidez de vivir. Con el anestesiólogo vale agradecer a quien mitiga el dolor con una sonrisa, un sincero saludo, una mirada amable, un gesto fraterno, una ayuda oportuna.
Gratitud a quien un día exclamó "vengan a mí los que estén cansados o agobiados que Yo les aliviaré": En Él no hay dolo ni dolor, solo Amor.
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