Santa Laura Montoya, nacida en Jericó, murió el 21 de octubre de 1949 en Medellín a los 75 años; desde el año 1941 estaba reducida a una silla de ruedas la que desde niña quería recorrer el mundo para anunciar la buena nueva del amor de Dios, en especial entre el sector indígena colombiano.
Me sorprendió ver en Filadelfia (Caldas), el año pasado, a una monja Carmelita que desde España había viajado a Colombia con el fin de constatar la similitud entre Teresa de Ávila y Laura Montoya, ambas heridas de amor a Dios y a los hermanos, ambas andariegas y fundadoras incansables, alegres y audaces en todo lo que emprendieron, educadoras y líderes de procesos de evangelización.
Desde los 12 años Laura ya estaba decidida al amor según el Evangelio; “me entretenía cogiendo florecitas, escribió, preguntándoles cómo se le pregunta a una florista en el mundo: de qué la hiciste, cuánto dura, cómo hiciste sus tintes y para quién la hiciste, para responderme a mí misma terminando siempre en actos de amor loco y en gritos”.
Se graduó de normalista y, con ideales de llevar el mensaje divino y humano, en especial al mundo indígena de la época, invitó algunas compañeras, mujeres de temple y osadía; superando inmensas y múltiples dificultades logró entrar en contacto con líderes de algunas tribus y poco a poco les elevó en conocimientos y bienes: “No sabían que en el mundo había escuelas ni nada que no fuera canoas y pobreza”, anotó.
Vio la necesidad de hablar con los líderes indígenas de las diversas tribus y ya en 1920 pensó en un congreso nacional en Bogotá como una “minga general “ para precisar leyes que favorecieran su progreso social, pero tropezó con dificultades por divisiones y señalamientos sin perdón; narra en una de sus páginas: “Por medio de una arenga algunos indígenas dijeron que no admitían a nadie en sus tierras, que no necesitaban de nadie porque tenían sus tierras, sus leyes y sus jefes religiosos y civiles; que el mundo ya se acababa y también el señor ese de Roma. Que no los molestaran”.
Vino la persecución y el rechazo, pero también la aceptación de algunos que anotaban que las Escuelas de las Hermanas y los sitios de hospedaje y alimentación eran como “ un hotel de Dios “, sitios llenos de aprendizaje, amor y mirada amplia de la vida... se hacían eco de aquellos que en las reducciones del Paraguay Jesuitas anotaban: “Se está bien bajo la Cruz... mejor que bajo la espada”. Laura Montoya orgullo de Colombia, de la Evangelización.
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