Ocurrió el 3 de noviembre de 1639 en Lima, capital del Virreinato del Perú; todos los limeños y limeñas colmaron las calles de la ciudad para dar el adiós a un hombre sencillo, humilde y silencioso cuyo fallecimiento se anunció.
Impacta la noticia, porque era la culminación de la vida de un hombre llamado Martín de Porres, canonizado en 1962 por Juan XXIII; hijo de un noble español venido con pompa e imperio y una descendiente africana; el hombre rechazó al niño tan pronto nació “porque le nació de color”, según su inhumana mentalidad.
Martín quedó solo a merced de su valiente madre que le sacó adelante con sus hermanos; a pesar de su pobreza tenía la alegría del sencillo pan que a diario comía, estudio lo elemental, hizo algunos cursos de peluquería y enfermería, y después de trabajar algunos años a los quince estaba tocando la puerta del gran convento dominico de Nuestra Señora del Rosario de Lima.
Fue recibido como hermano menor, mínimo y puesto en la portería del convento debido a su amabilidad y afán de servir; a todos atendía con gusto y acierto, pero su predilección estaba marcada por los más pobres y enfermos que empezaron a llenar los pasillos del convento en búsqueda de la voz y el cariño del “hermano Martín”.
Hizo de su pobreza no un trampolín para el odio a los poderosos y opresores de su tiempo, sino para el trato cercano y cariñoso a los desposeídos; se cuenta que hasta el trato para con los animales, aún los más despreciados, era de bondad y cariño; todo lo mantenía en aseo y orden por ello le llamaban fray escoba.
Llama la atención que quien dio fama a este convento central de Lima no fueron sus ceremonias pomposas y bellas, tampoco la sabiduría de sus predicadores ni las vestiduras significativas, sino la figura humilde, servicial hacia los pobres, atento con todos; nunca se había celebrado un sepelio tan concurrido como aquel del humilde Martín; los poderosos y sencillos resultaron juntos ese día celebrando la profundidad de la santidad.
En muchas empresas, hogares, ciudades y en la misma Iglesia sucede lo mismo: no son los más poderosos, sabios, instruidos quienes dan lustre en el servicio que otros prestan con responsabilidad y cariño a todos.
Se cumple la verdad: “La raíz escondida y humilde da enormes frutos y no solicita aplausos y reconocimientos constantes”; más aún, a veces reciben desprecios, ignorancias sutiles, marginaciones, pero son fieles. Los tenemos.
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