Hoy es el día del emigrante; se quiere hacer énfasis en aquellas personas que tienen que abandonar su parcela, su país, su casa e ir a sitios desconocidos y a veces lejanos, haciendo inmensas jornadas en compañía del dolor y el miedo para llegar a lugares donde serán extraños, arrimados, desconocidos, desposeídos y hasta olvidados.
Varias películas hacen tema de esta condición de algunos seres humanos: sobre todo en las guerras y enfrentamientos siempre quedan aquellos que deben huir, escapar para conservar al menos sus vidas ya que no sus pertenencias que las pierden casi todas.
No es fácil el papel de los dirigentes para evitar estas oleadas de dolor e injusticias y para recibir bien a los que llegan y darles una “segunda oportunidad sobre la tierra” que les lleve a no perder la dignidad y los derechos humanos; por esto es explicable que se dedique este día a considerar la situación de los emigrantes o migrantes de la tierra.
Pero me llama la atención que coincide con la memoria hoy en el calendario cristiano de San Lucas, el gran escritor que perfila datos luminosos de la vida de Jesús y narra los primeros pasos de la comunidad de Jesús, de la Iglesia, que va haciendo vida el envío misionero.
San Lucas escribe un evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles para narrar lo que ha visto y oído, para colocar bases firmes y ciertas al seguimiento de Jesús de Nazareth como vida nueva para un mundo que busca felicidad.
Es pertinente hacer alusión a una parte del Evangelio en la cual san Lucas narra la huida de la sagrada familia de Nazareth a Egipto lo que nos lleva a reconocer que tanto Jesús como María y José fueron migrantes, huyeron en la noche con el pavor de sentir la espada de los enviados por Herodes tras ellos.
Largas jornadas, lento caminar con el burrito en fatigosas travesías por caminos casi siempre secos, polvorientos y desérticos hasta llegar a una tierra desconocida, con una cultura bien distinta, idioma extraño y costumbres que requerían esfuerzos monumentales para sentirse bien.
La añoranza de la tierra Galilea fue intensa, la ignorancia de la situación de los suyos fue total ya que los medios de comunicarse eran lentos, lejanísimos y difíciles por la vigilancia y el miedo; es elocuente mirar esta familia santa sacada de sus predios serenos e impulsada a huir a estas extrañas planicies del mundo.
Ojalá no pase en vano esta memoria del día del emigrante; al menos cada uno de nosotros puede hacer algo por quien llega de lejos, carga el peso de la huida y pérdida de sus pertenencias, su hábitat y cultura, familia y afectos.
Saber tratarnos como hermanos que acogemos con cariño a todos es actitud que sale del Evangelio y hace posible una vida más humana, mejor y feliz.
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