Otra vez, un país de la inmensidad geográfica y densidad de habitantes como lo es China, vuelve a tener entre sus muchas realizaciones y avances positivos un momento difícil, de temores inmensos, de impacto mundial. 
El Coronavirus que está batiendo a muerte a miles de chinos revive otros espacios de difícil avance pero que han encontrado vías de solución gracias a la investigación y el compromiso. 
Hace casi doscientos años en China habían muchos niños abandonados que llegaban a ser jóvenes de oscuro trayecto: morían de hambre o reunidos en pandillas y ponían en peligro la población; vagaban y dormían en las calles y barriadas abandonados por padres con hogares destrozados. 
Pero llegó una solución que vale la pena recordar: los misioneros católicos que en ese entonces aún no sufrían la persecución recogían aquellos niños y jóvenes y los llevaban a albergues donde los cuidaban, los educaban, los iniciaban en buenas costumbres y en los caminos del Evangelio. 
Todos ellos fueron pronto fuerza para el desarrollo de la gran potencia como lo es aquel poblado territorio. Los misioneros pedían ayudas a los demás países y nunca faltó el pan en la mesa y la alegría en los corazones nacida de la esperanza. 
Algo sucede hoy en nuestro país Colombia similar a aquella época: muchos albergues han surgido en las Diócesis sobre todo del Oriente cerca a Venezuela y del sur para abrir asistencia sobre todo a nuestros hermanos venezolanos que bien merecen la mano hermana. 
Sin alardes es bueno recordar todo esto ya que algunos bloques llamados académicos cerrados culpan a la Iglesia de todo lo malo de ayer y de hoy olvidando hechos positivos nacidos del amor verdadero. 
Me gusta recordarlo para constatar que al lado de muchas iniciativas la Iglesia desde la Fe da una presencia que nace del apoyo comunitario.