En esta campaña mundial contra el coronavirus se nos invita a cambios de conducta en el aseo, en la convivencia respetuosa, en la responsabilidad social para no contagiar a nadie. 
Esto que se llama Cambio, en lenguaje espiritual se denomina conversión, es decir pasos de vida nueva en mentalidad y actitudes que sanan la existencia de males y limitaciones que encierran la vida en angustias, rabias, oscuridades y dolores; conversión es sanación. 
En esta época se nos llama a una conversión que nos hace falta en gran manera: la conversión a la felicidad, vale decir escalar a un cambio de mentalidad derrotista, dudosa, timorata, llena de odios y malos recuerdos a una vista de la vida más optimista, luminosa, abierta a la felicidad, con mirada fraterna hacia los demás, con actos de perdón y olvido por errores pasados. 
Es admitir que cuando Jesús sube a la barca endeble de nuestra vida toda tempestad es calmada y la ruta se abre por el mar de la vida entre cantos de esperanza y gestos de amor, derrotados el miedo y el odio, la desunión y el egoísmo. 
Muchas vidas, relaciones familiares, afectos, contactos sociales, vivencia del diario acontecer, todo ello tendrá el baño de un bello sol, el escenario de un mejor compartir, la escena de un perdón ante vieja ofensa, corrección de una mala actitud o vicio. 
Es una vida sanada, mejorada, con horizonte abierto que jalona el presente en vía hacia un futuro mejor, sin dobleces, sin engaños, sin corrupción, sin ataques injustos, odios reconcentrados o barrotes que aíslan en actitudes enfermizas. 
Este tiempo de Cuaresma es en verdad jornada de camino ascendente, que quita lo que ata o resbala, que abre a una vida nueva, que despierta lo mejor de cada uno hacia la convivencia amorosa y justa. 
Conversión a la alegría... Paso urgente y necesario.