Hay música, libros, pinturas y películas que descubrimos gracias a la bondad de un ser que traspasa nuestras vidas; pero lo mejor es cuando una obra nos dibuja el camino para poder reflexionar y buscar soluciones a nuestras propias problemáticas. Por ejemplo en este semestre en la universidad, un profesor nos propuso ver la película estadounidense Freedom Writers (2007), escrita y dirigida por Richard LaGravenese. La película está basada en la historia real de la maestra Erin Gruwell del Instituto Wilson, más precisamente en el salón 203. En este salón la constante de los adolescentes era las guerras entre pandillas, la pobreza, la violencia intrafamiliar, la exclusión, las drogas, las amenazas de muerte, divisiones entre compañeros por condiciones raciales, desinterés total por el estudio; en fin, vidas que poco a poco se van desperdiciando. En buena hora, Gruwell llega a la institución, recién graduada de Literatura y con poca experiencia en el ámbito educativo, pero con el convencimiento del poder de la palabra.
En ese difícil entorno la maestra Gruwell, con entereza, empieza a acercarse a sus estudiantes. Y lo primero que hace es romper con las fronteras invisibles del salón, y hace que todos cambien de lugar y se sienten junto con un compañero que no es de su agrado. Después de esa acción, Erin propone una actividad para conocer más el contexto: traza una línea roja en el centro del salón y hace que se ubiquen en dos bandos. El juego consistía en acercarse (si la respuesta era afirmativa) o alejarse (si la respuesta era negativa) de la línea roja cada vez que ella lanzara una pregunta en un principio sobre gustos, y después preguntas personales, como por ejemplo, temas sobre la violencia que permeaban sus existencias. Con esta actividad los mismos alumnos notaron que tenían cosas en común con el otro y, paulatinamente, las diferencias entre ellos comenzaban a disolverse. Erin, por su parte, toma conciencia de la realidad del 203, y a partir de ahí aprende cómo se les debe enseñar.
Por otro lado, en el proceso para que se acercaran a la lectura y para generar conciencia sobre los actos discriminatorios, Gruwell sugiere leer libros que tuviesen relación con sus vidas. Un primer acercamiento fue el Diario de Ana Frank (libro que la misma maestra les regaló después de que el colegio les negará ese recurso). Pero antes de presentarles a Ana Frank en su plenitud y teniendo en cuenta que la mayoría no sabía qué era el Holocausto, realizó una serie de actividades para poner en contexto a sus educandos. Primero visitaron el Museo de la Tolerancia, para mostrarles los horrores del nazismo, y seguidamente, los invitó a una cena con los sobrevivientes del Holocausto. Gracias a estas actividades previas, los jóvenes se acercaron al libro de Ana Frank, sintiéndose identificados de inmediato con su historia. De este modo, la maestra les siguió presentando otros libros y artistas de música no ajenos a sus experiencias.
Después de esto, le surge la idea de regalarles unos cuadernos, para que ellos mismos plasmaran sus vivencias. Que se expresaran como ellos quisieran, ya fuera con un poema, un dibujo, una letra de una canción, o escribiendo un diario. Y los jóvenes reciben la propuesta de la maestra de buena manera, y emprenden la tarea de escribir, y escriben porque desean ser libres, desean compartir sus tristezas, desean vencer sus miedos, desean que su voz sea escuchada, toman conciencia de que son los oprimidos y están seguros de que no quieren repetir la historia de vidas que se esfuman sin que nadie los recuerden. De esta manera, los estudiantes del 203 empiezan a plantearse objetivos y desafíos comunes, ya no miran la escuela como un obstáculo, sino todo lo contrario, ya es un espacio de libertad y de transformaciones.
Finalmente, vemos una maestra que con heroísmo construye a través de la lectura y la escritura la posibilidad de brindar nuevas oportunidades. A pesar del pesimismo infundado desde un principio por parte de las directivas del colegio (recordemos que los colegas de Gruwell estigmatizaban a esos jóvenes, negándoles una enseñanza sincera), Erin Gruwell los condujo hacia el camino del trabajo en equipo, de la visión crítica, de la creatividad, sacrificando hasta su vida personal y sus propios recursos económicos con el fin de cambiar esas mentalidades maltratadas por el mismo sistema. En un acto humanista se preocupó por conocer las intimidades y las necesidades de estos adolescentes, y así tener las bases suficientes para proseguir con su misión educativa.
Una última cuestión: ¿Se está enseñando en el propósito de Gruwell en el contexto colombiano? ¿O seguimos con la obstinación de seguir a pie de la letra el currículo educativo?
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