El sorpresivo y rápido retorno de los talibanes al poder en Afganistán ha dejado con la boca abierta a las potencias occidentales, que se vieron obligadas a aceptar con mansedumbre el hecho, pues después de gastar sumas estratosféricas para crear un ejército y mantener allí un poder prooccidental durante dos décadas, el triunfo de los fanáticos islámicos fue fácil, pues no encontraron ninguna resistencia. Todo el entramado instalado por las potencias a nombre de la democracia se derrumbó cual una fugaz escenografía de fiestas infantiles.
El siglo XXI lleva dos décadas transcurridas en medio del auge de las redes sociales e internet y lejos de afirmar los sueños ilustrados de un globo dominado por la razón, la ciencia y la tolerancia planteadas a lo largo de los siglos por sabios, inventores y pensadores de la era humanista impulsada por el Renacimiento, la Enciclopedia y la Ilustración, ahora el mundo parece dirigirse hacia los abismos de la irracionalidad y el oscurantismo.
Casi en todos los países del mundo la razón ha sido reemplazada poco a poco por la impulsividad y las reacciones primarias de una población que no se detiene un solo instante a reflexionar y calibrar las diversas opciones que le depara el futuro, sino que se lanza hacia la autodestrucción sin mirar en las consecuencias. La velocidad lo domina todo y la gente presionada por las pantallas de los celulares, la televisión y la algarabía noticiosa permanente reacciona como animal asustado a los estímulos y elige siempre los peores caminos gobernados por el odio.
André Malraux dijo alguna vez que el siglo XXI sería dominado por los fanatismos religiosos o no sería y muchos atribuyeron esas declaraciones al pesimismo depresivo del gran escritor y ministro de Cultura de Charles de Gaulle, nostálgico tal vez de sus años juveniles, cuando viajó al Extremo Oriente y escribió grandes libros y vivió espléndidas y peligrosas aventuras. Su crepúsculo vital estuvo afectado por terribles tragedias familiares y decepciones políticas y humanas y encerrado en los palacios estatales de la monarquía republicana, se volvió un viejo cascarrabias lleno de ideas sobre el arte y las civilizaciones que ya pocos comprendían.
Y no era para menos, pues su tiempo fue agitado. El siglo XX fue terrible, especialmente en su primera mitad, afectado por dos guerras mundiales, guerras civiles como la española y movimientos anticoloniales que agitaron todos los puntos cardinales, pero en la postguerra y durante un corto periodo de dos décadas el globo pareció enrumbarse hacia una prosperidad que sería marcada por grandes proezas como la llegada del hombre a la Luna e ilusiones de libertad, conocimiento y tolerancia.
Los avances siguieron, aparecieron los ordenadores y la red, los viajes y la movilidad de los humanos se aceleró hasta el delirio, la población experimentó un crecimiento exponencial, pero al final el homo sapiens experimentó una involución que lo impulsa a retroceder a los viejos tiempos descritos por Marco Polo en el relato de sus viajes, un mundo de violencia cainita causada por los fanatismos, la nostalgia de fronteras y banderas, el auge de la xenofobia, la proliferación de los ejércitos privados que se traducen en éxodos bíblicos.
En las puertas de Europa se ahogan en el Mediterráneo cada año miles y miles de migrantes que perecen en el intento de huir de los infiernos de donde provienen. Flujos poblacionales descontrolados recorren todos los continentes, en América Latina, África, Asia, y miles de millones de humanos padecen hambre, enfermedades y pestes sin nombre y viven sin la menor posibilidad de un empleo. Las grandes ciudades de esos continentes son círculos de un infierno dantesco donde ya no es posible vivir y cuando llega la noche acechada de todos los peligros, reina un toque de queda tácito iluminado por la incesante luz de las pantallas televisivas.
Todos esos problemas son el caldo de cultivo de los fanatismos que auguraba Malraux. Proliferan ya iluminados y caudillos que gobiernan sus países como sus haciendas, seguidos por una población que los adora y sigue sus llamados al odio. Para ganar las elecciones y tomar el poder por las armas esos iluminados fanáticos de estos tiempos saben que basta con gritar las peores barbaridades y vulgaridades, generar miedo y odio por radio, televisión y redes como hacen Donald Trump o Jair Bolsonaro y tantos otros para que la grey los siga hipnotizada como los ratones del Flautista de Hamelin que van siempre rumbo al precipicio.
¿Dónde se refugiarán entonces la ciencia, el saber, el arte, el pensamiento? ¿Dónde se esconderán humanistas, poetas y filósofos? Tal vez en nuevas catacumbas se reunirán de manera clandestina esos excéntricos para mantener la llama de la sabiduría y la poesía, mientras afuera los fanáticos y sus hordas destruyen el patrimonio y saquean todo a su paso en medio de una algarabía fenomenal. Así como los talibanes y el Ejército Islámico destruyeron obras de arte milenarias, la nueva humanidad borrará poco a poco lo construido y escrito por las civilizaciones para sustituirlo por desiertos y ruinas sin memoria ni luz.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015