De alguna estantería cae por sorpresa un libro y se trata de Carmen del escritor romántico Prosper Mérimée (1803-1870), cuya historia es la de un viajero ilustrado que en el camino, acompañado de su ayudante, en alguna meseta perdida de Andalucía, se encuentra con un individuo sumido en la siesta después de comer a mediodía y resulta ser el más peligroso bandido de España. Pese a las insinuaciones de su acompañante local, el educado viajero francés, mundano y relajado, hace migas con el hombre, quien termina contándole su aventura, la de un hijo de buena familia de Navarra que al cruzarse con una embrujadora gitana entra paulatinamente en la delincuencia hasta llegar al asesinato.
Es la caída en desgracia de un navarro de origen que termina por ser detenido y llevado a la ejecución tras matar a su amante y al marido de ésta, otro gran bandido de su tiempo. La obra es el fresco de la vida en Andalucía de los gitanos y los flamencos que tanto atraía en ese entonces a los otros países europeos y que aun hoy nos sigue atrayendo a quienes amamos Sevilla, Granada, Córdoba, Cádiz y el río Guadalquivir.
Andalucía es el cruce de los caminos, la punta de un continente entre el Mediterráneo y el Atlántico donde se asentaron por su belleza y placidez todos los grandes pueblos de la humanidad conocida, fenicios, griegos, romanos, judíos, árabes, cuyas huellas se ven través de ruinas, frescos, muros, catacumbas, mezquitas, catedrales, acueductos, pozos, aljibes construidos desde hace milenios. Los gitanos, también llamados roms, húngaros, zíngaros, bohemios, que habrían llegado a España en el siglo XV, son uno de esos pueblos misteriosos cuyo origen difuso ubicado en la India todavía causa polémica, pero cuyas características siempre nos han fascinado, aunque es hora de bajarlos del mito para asentarlos en la realidad de nuestro tiempo.
Pueblo insumiso, viajero, errante, profundamente endogámico, fascina porque desde los tiempos antiguos se dedicaban a las artes de la adivinanza, a la danza y, según el mito, a veces al hurto como profesión, instalados en las periferias de pueblos y ciudades donde viven en medio de la algarabía de la fiesta y la música. Como provenían de los países del este de Europa, se les ha llamado húngaros y en los tiempos del romanticismo se les denominaba bohemios porque traían papeles administrativos originarios de Bohemia.
En los tiempos del Imperio Romano las danzarinas que se contoneaban con gracia dejando ver el ombligo mientras sus faldones bailaban al igual que sus cuerpos, enloquecían a los notables que caían seducidos por su inasible encanto. Hay bustos y estatuas romanas que las representan. Varios pintores del renacimiento dejaron plasmado en telas el misterio de ese pueblo con imágenes de esas mismas bailarinas ya viejas y arrugadas que deambulan ofreciéndose para leer las líneas de la mano en Venecia, Florencia o Roma.
De allí se origina el mito del artista bohemio de la era romántica: un ser que no se halla en ninguna parte, que no se adapta a las leyes y las reglas del un mundo burgués cuadriculado y prefiere la precariedad de las buhardillas o la miseria o el hambre antes que abandonar la libertad de pintar, cantar, amar o escribir poesía.
El gitano tiene la piel bronceada color de oliva y el cabello oscuro y desde tiempos inmemoriales se instala en tugurios o en caravanas donde los hijos crecen al aire libre y hablan duro y son hiperactivos. Su errancia es tal que han llegado a todas partes y se les ha visto en lejanos pueblos de Canadá o Estados Unidos o en toda América Latina, a donde también llegaban con su leyenda, tal y como lo cuenta Gabriel García Marquez en Cien años de soledad a través de su personaje Melquíades, quien llega cada año en romería con su gente al son de las panderetas y el griterío.
De ellos todo se decía. Que roban niños, que las mujeres jóvenes seducen y llevan a los seducidos a lugares donde los atracarán los congéneres o sus cónyuges, que en grupo son artistas en el arte de robar carteras o engañar a incautos con anillos de oro que solo son de pacotilla. Y así sucesivamente la leyenda de bohemios, húngaros, roms, gitanos ha llegado a todas las literaturas como en el caso del gran narrador mexicano ya fallecido Daniel Sada, quien relata la llegada de los por él llamados húngaros a las ciudades del norte de México. Y como él en todos los países los gitanos son protagonistas o personajes pasajeros de múltiples novelas o piezas de teatro.
Django Reinhardt es la leyenda francesa del gitano músico de la primera mitad del siglo XX, que desde el tugurio periférico donde en el incendio de una caravana se quemó varios dedos de sus manos se alzó a la gloria musical como un maestro de la guitarra y la variante jazzística de la música manouche.
Artistas de todas las épocas han pintado a esas mujeres de mantilla y flor adosada al cabello que zapatean en los tablados al ritmo del flamenco andaluz. Se ven las escenas junto al Alcázar o los retratos de jóvenes envueltas en el colorido floral. Luz, color, viaje, errancia, noche, guarida, aventura, escondite, joyas, son algunas de las palabras que se acomodan a su imaginario.
Cuando uno llega a Sevilla y respira las aguas de Guadalquivir o camina por las calles calcinadas por el sol, espera la llegada de la noche para visitar los tablados y beber al son de esa interminable maravilla del canto que Federico García Lorca homenajeó en su Romancero gitano y en el Cante jondo. La lista de las glorias, tanto hombres como mujeres, sería interminable. Sus voces y lamentos en el tablado nos hipnotizan. Y son múltiples las sagas familiares enteras que heredaron el arte de generación en generación y nos maravillan, como ese Paco de Lucía, genio contemporáneo inolvidable de la guitarra.
Pero Carmen, la obra de Mérimée, es una de las que más pervive y ha dado lugar a la representación de versiones operísticas como la Carmen de Bizet o de danza contemporánea, muchas veces montadas y adaptadas a los rumbos de cada tiempo. Ella es el estereotipo de la gitanilla de flor roja sobre el hirsuto cabello, seductora por antonomasia, amante venal, polígama, pero fiel siempre a su hombre, a su bandido. Poco a poco el destino se le cierra y ella lo sabe y va a la muerte a sabiendas de su sino. Pero se trata de un cliché y un fantasma reiterativo que debe ser superado.
Más allá del estereotipo, han surgido movimientos de reivindicación gitana que buscan acabar con la leyenda y luchan contra la discriminación. Se calcula que en Europa hay unos 10 millones de gitanos, 750.000 en España y 400.000 en Francia y muchísimos en los países balcánicos, cuya historia está por ser contada ya que han sido objeto de persecución incesante, incomprensión, marginación y genocidio en las diversas guerras, especialmente durante el dominio nazi. Su pasado y destino actual deben ser revisados e incluso la opera Carmen ha sido recientemente objeto de airadas críticas feministas que se rebelan contra el destino de esta mujer imaginaria víctima del feminicidio.
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