Poetas de toda la cuenca mediterránea se congregaron la última semana de julio de 2021 en el puerto francés de Sète, convocados por el festival Voix Vives, Voces Vivas, considerado uno de los más importantes de Europa. Se reunían por primera vez después de largas temporadas de aislamiento provocadas por la pandemia.
Sète es un puerto que tiene la marca de los inmigrantes italianos que llegaron allí hace mucho tiempo e impregnaron de ambiente las callejuelas adosadas a la colina frente al mar. Nacieron aquí el gran poeta nacional francés Paul Valéry y el trovador y cantante George Brassens, glorias locales que son celebradas en cada esquina con orgullo por sus habitantes y están sepultados en dos camposantos con vista al mar.
Hoy es un importante centro de llegada y salida de mercancías hacia diversos rumbos del Mediterráneo y enormes embarcaciones provenientes de África llegan y salen cada día otorgando dinámica y vida al bello lugar. También es un centro turístico por su belleza, los festivales musicales y las fiestas que se realizan para homenajear ya sea a Brassens o Valéry, el autor del Cementerio marino. En todos los rincones y muros del intrincado puerto hay imágenes de los dos más famosos artistas nativos del lugar, y liceos, colegios, escuelas, bibliotecas, museos llevan sus nombres.
Voix vives se ha convertido pues en el principal festival poético de Francia y durante la semana anual son invitados poetas para convivir en un centenar de actividades como conciertos, recitales, debates y presentaciones de libros, mientras en la plaza central se instalan las principales editoriales francesas de poesía, tanto de París como de las diferentes provincias.
Esta vez fui invitado a participar con poetas de Argelia, Túnez, Marruecos, Egipto, Palestina, Israel, Irak, Líbano, Siria, Italia, Francia, Espana, Rumania, Croacia, entre otros países de la región. Desde la llegada de los invitados la poesía se adueña de la ciudad y en una veintena de lugares, atrios de iglesias, jardines, patios, explanadas, museos, plazoletas, calles, se celebran las actividades que siempre están llenas de público atento e inundadas por el sol.
Las primeras noches desde mi habitación frente a mar veía la salida y ascenso de la luna llena acompañada por Venus sobre un cielo despejado y luminoso. Excelente compañía para noches de loco insomnio provocadas por la excitación de residir por una semana en la tierra del gran Paul Valéry, cuyo poema El Cementerio marino es uno de los que más disfruto de la poesía francesa al lado del Barco ebrio de Arthur Rimbaud.
Poetas todos, hombres y mujeres de diversas edades y orígenes que hablan el mismo lenguaje de la poesía, presente desde antes de la escritura entre la humanidad y que sigue activo y actuante entre los de hoy. Porque aunque el mundo concreto esté poblado de las peores atrocidades y monstruosidades y la vida del humano acechada siempre por el peligro y la infamia, todos por igual se detienen ante es lenguaje que puede ser de signos, palabras, miradas, gestos y también de música, expresión abstracta máxima.
Hay definiciones infinitas de lo que es la poesía, aunque algunas me han marcado especialmente, como que ella es la expresión de lo que nosotros somos sin saberlo, del poeta paralítico de Carcassone Joë Bousquet, o de que ella es la única prueba de la existencia de la humanidad, de este homo sapiens consciente de su estar aquí por extraño misterio.
Convivir una semana con poetas de diversos orígenes es algo feliz. A veces pienso ahora en la dulzura de una poeta griega o la sonrisa de la libanesa, cuando no de las palabras sabias de la hebrea, la sefardí o la tunecina. También en los delirios de algunos franceses, en la profunda belleza de los textos de una siria exiliada, o en la lucidez cosmopolita de un egipcio o la fuerza de turcos, argelinos, rumanos y palestinos, entre otros.
Todos ellos fueron acompañados en un momento dado por el violoncello de una concertista francesa o el instrumento de cuerda de un argelino o las percusiones y voces de una argentina. Algunos espacios, como en el Museo Paul Valéry, fueron propicios para la irrupción en medio de los recitales de pájaros cantores frente a la extensa inmensidad del mar Mediterráneo.
El festival se realizó pese a las amenazas de la pandemia y en medio de las dificultades se evitó pasar por el fantasmagórico rito de la virtualidad que en estos últimos meses se ha convertido en la regla. Los poetas deben estar presentes en carne viva en algún lugar para mirarse, tocarse, reír, llorar y compartir con el público amante de la poesía que también está en el universo de ese género especial de la literatura.
En las escuelas primarias francesas los niños aprenden poemas y se acostumbran a ese lenguaje de paz y futuro. Y en Sète, uno de los mejores momentos fue la traducción de poemas al lenguaje de los signos que se practica entre quienes no oyen ni hablan, pero llevan el lenguaje poético a una de sus máximas expresiones a través de su cuerpo, los gestos y la imaginación. En este puerto Mediterráneo volvimos por un momento a sentir, milenios después, la fuerza del Agora socrática griega o los espacios marítimos frente a la biblioteca de Alejandría. Los poetas siempre traen buena suerte y evitan las guerras.
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