A veces es bueno recordar para atemperar la vanidad literaria de muchos escritores contemporáneos el destino final de tres de los últimos Premio Nobel del continente latinoamericano, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez y Octavio Paz, que de la gloria pasaron poco a poco al más trágico otoño y eso que dejamos por fuera a los que no lo obtuvieron, pero fueron grandes como Borges, Carpentier, Onetti, Cortázar y tantos otros.
Por cuestiones del azar he leído testimonios sobre los últimos días de esos escritores tan queridos por nosotros, de los cuales tanto aprendimos a lo largo de las décadas, embrujados como estábamos por la maestría de sus palabras, su talento e inteligencia.
América Latina vivió a mediados del siglo XX la insurgencia de una espléndida oleada de literatura de alto nivel que se dio en casi todos los países y logró llegar a España con derechos propios para sacudir, como medio siglo antes lo hizo Rubén Darío, los cimientos de la literatura hispanoamericana.
Todos esos escritores forjaron sus obras a lo largo de vidas durante las cuales enfrentaron todo tipo de obstáculos e impedimentos, porque nada era fácil en su tiempo marcado por dictaduras, guerras, golpes de estado y otras caóticas peripecias en las que han vivido inmersos el continente y el mundo.
Vivieron y sobrevivieron a guerras civiles, asonadas, persecuciones y se hicieron a pulso contra viento y marea en la primera mitad del siglo XX. Abrieron grandes caminos y modernizaron la literatura de sus países, basados en la tradición propia, que se nutría de las raíces del siglo XIX, cuando los países eran patrias bobas estremecidas por el caos y la falta de rumbo.
Además, fueron contemporáneos de grandes revoluciones mundiales como la mexicana y la rusa y de dos guerras mundiales atroces que devastaron el mundo y tuvieron el dolor en el corazón de la guerra civil española y la terrible dictadura franquista que sobrevivió hasta los años 70.
Ellos se nutrieron de la tradición naturalista y criollista en novela y parnasiana y modernista en poesía, pero fueron sacudidos por las vanguardias y la explosión de los estilos y de la palabra con la que se construyen.
Leer sus biografías o testimonios sobre sus vidas es leer el siglo XX con sus grandes epopeyas y catástrofes y visitar la pléyade de figuras vistosas que irrigaron antes que ellos los campos del arte, la literatura y el pensamiento continentales.
La palabra de Neruda era volcánica, telúrica y en su poesía vibraban las placas tectónicas de las tradiciones y las subversiones. Octavio Paz vio con su madre a los colgados de la Revolución cuando fueron juntos a buscar los restos de su padre y esposo, un abogado prozapatista despedazado por un tren en el norte del país. García Márquez vivió la tragedia del 9 de abril en Bogotá y se izó a la gloria desde la pobreza y las carencias de su infancia y juventud gracias a su talento.
Pero los tres, que tocaron la gloria en vida con sus manos, vivieron sus últimos días signados por la tragedia. Neruda, viejo, derrotado, enfermo y perdido tras el golpe de Estado de Pinochet en un hospital donde algunos afirman que lo envenenaron. Octavio Paz, enfermo y transido por los espantosos dolores provocados por la metástasis, vivió el incendio de su casa y la biblioteca y después agonizó en una casona colonial viendo la caída de la casa Usher con total lucidez. Y García Márquez perdió la memoria y al final no sabía quién era ni reconocía a sus hijos e ignoraba que fue Nobel y escribió Cien años de soledad.
De modo que cuando en pleno siglo XXI uno ve a tantos contemporáneos atareados en las penas tristes de la ambición, la competencia, la envidia y el arribismo literarios, no queda menos que recordarles que los más grandes, Neruda, Paz y García Márquez, cruzaron antes de irse los círculos del infierno y vislumbraron tal vez antes de irse lo inocuo de la vanidad.
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