El sábado por la noche la calles de las ciudades francesas se llenaron de alegres argelinos que celebraban el triunfo de su equipo en la copa africana de fútbol frente a Senegal. Montados en las capotas de sus raudos vehículos y esgrimiendo desde las ventanas la bandera blanca y verde del país, con su luna creciente y la estrella roja, se agolparon en avenidas provocando a veces disturbios que llevaron a la detención de numerosos jóvenes.
Es larga y compleja la relación entre Argelia y Francia, ya que la primera fue una colonia cuya liberación en 1962 se dio luego de una guerra sangrienta cuyas heridas aun no cicatrizan seis décadas después. Casi siempre cuando tienen la oportunidad de expresarse, los argelinos, ya sean nativos de allá o descendientes de los emigrantes que llegaron antes y después de la guerra, no pierden la oportunidad de mostrar el orgullo y marcar la diferencia con la metrópoli, que aunque los acoge por millones, es considerada un ente exterior, una ex potencia madrastra que no puede ser perdonada por los abusos cometidos durante la guerra y por los que hace poco el gobierno pidió perdon en una ceremonia.
Millones de argelinos viven en Francia, a los que se agregan los nativos y descendientes de otros países del Magreb como marroquíes y tunecinos. La guerra de independencia causó muchos muertos y los abusos se dieron de parte de ambos bandos como lo atestigua la historia o los libros de ficción escritos por franceses o argelinos. Argelia era Francia y muchos sectores de la población y del cuerpo militar se oponían a la separación e hicieron todo lo posible para impedirla haciendo atentados contra el general Charles de Gaulle.
Al terminar la guerra los franceses o descendientes de franceses que vivían ahí y estaban arraigados desde hacía siglos tuvieron que huir en barcos fletados, dejando sus propiedades, y los que se quedaron fueron masacrados en los campos y provincias por las milicias independentistas. Muchos argelinos que se oponían a la independencia y apoyaban al ejército francés fueron ejecutados y masacrados como traidores al ser abandonados en el territorio por sus antiguos protectores. Los que pudieron huir, que fueron muchos, llegaron a Francia a vivir una vida marginal en tugurios y campamentos improvisados que aun existían en los años 70 y 80.
En la actualidad se puede sentir esa tensión en cafés y bares donde se agolpa la gente en la noche. Se escuchan disputas entre los argelinos nacionalistas y los descendientes de argelinos que apoyaron al gobierno francés en la guerra o los franceses de origen que nacieron y crecieron en esa tierra y la aman y tuvieron que dejarla para siempre, como si el rencor fuera un tizon ardiente imposible de apagar. Durante mucho tiempo los argelinos se sintieron discriminados y tal vez se sienten aun marginados en Francia, donde como en todos los países existen sectores xenófobos y racistas.
Aunque es una próspera comunidad de millones de personas con negocios, actividades comerciales, propiedades, de la que han surgido figuras exitosas de todo tipo en el deporte, la ciencia y las finanzas, es cierto que muchos de los jóvenes argelinos, por tener ese origen y vivir en las afueras de las metrópolis, tienen más dificultades que otros para integrarse o avanzar en los estudios. Pocas veces se ve en las altas esferas o en el gobierno a funcionarios magrebíes, que son siempre una excepción destacada por la prensa cuando ocurre. Esa frustración, esa marginación, ese rencor lleva a muchos a expresarse con violencia o a ingresar en las redes del microtráfico de droga o en la pequeña delincuencia común. Son frecuentes los enfrentamientos entre bandas de jóvenes y la policía, que es acusada de ser violenta y discriminatoria sin motivos reales.
De los soldados franceses que hicieron la guerra muy jóvenes son muchos los testimonios del trauma que vivieron entonces al verse obligados a cometer actos de los que se arrepintieron. Durante mucho tiempo esos abusos fueron tabú y las autoridades prohibían los libros que hablaban de esas atrocidades, como los del escritor Pierre Guyotat, joven de buena familia que fue a la guerra y contó en espléndidos y terribles libros como Tumba para cinco mil soldados y Edén, Edén, Edén los hechos, las violaciones, asesinatos y torturas cometidas por los militares franceses. Solo hace poco el actual gobierno decidió reconocer eso y pidió perdón, tratando de buscar una reconciliación y cicatrizar la herida.
Así como en Alemania las minoría principal y numerosa es la turca, en Francia se trata de argelinos y magrebíes. Ellos están aquí, han nacido aquí, pertenecen ahora a la tercera o cuarta generación, asisten a las mezquitas, cumplen el ritual del ramadán, celebran con su música y comida las fechas memorables y hay barrios y calles enteros dominados por sus comercios o cafés. Los que viven en paz y tranquilidad son por supuesto la mayoría. Pero muchos de los atentados cometidos en los últimos años por jóvenes radicalizados que ingresaron a Al Qaida o al Estado islámico son originarios de allí. La desconfianza que les tienen algunos franceses de origen ha hecho crecer a los partidos de extrema derecha y provocado la proliferación de ideólogos que reivindican la Francia cristiana y abogan por políticas migratorias muy estrictas con los musulmanes.
Pero este sábado al caminar por las calles, entrar a los cafés o bares, recorrer los grandes bulevares, los Campos Elíseos, el observador ve la magnitud de la fiesta por el triunfo futbolístico de Argelia y se da cuenta que es una fuerte comunidad arraigada que tiene su lugar y una fuerza que expresa en estas ocasiones. La cultura argelina esta aquí y seguirá siempre para quedarse. No en vano la gran estrella nacional Zinedine Zidane es de origen argelino. No en vano Albert Camus, nativo de Orán, es el Premio Nobel más glorioso de Francia y su fama está intacta. Su premio Nobel, que le fue otorgado en plena junventud y antes que a la gloria del momento Jean Paul Sartre, quien lo rechazo cuando se lo dieron, fue polémico porque en plena guerra el autor de El extranjero y La Peste abogaba por la mediación y evitaba el fanatismo y su estilo era el de un laico que se había integrado con perfección a la cultura francesa de post guerra.
Detrás de esa alegría, esa fiesta y ese orgullo nacional se siente también que Argelia sigue siendo un polvorín, ya que en seis décadas después de la independencia el país ha vivido bajo regímenes autoritarios, represivos y corruptos como el del recién renunciante Abdelaziz Buteflika, quien quería perpetuarse en el poder gobernando desde una silla de ruedas para beneficio de una potentada casta revolucionaria. Cada semana hay manifestaciones en todo el país para exigir la salida del poder de los viejos militares o burócratas afines a Buteflika y éstos se resisten a partir. Cuando se habla con los argelinos queda claro que la independencia y la revolución no trajeron la libertad soñada y el país quedó en manos de una élite corrupta que tal vez nunca deje el poder.
Al ver la fiesta futbolera de los argelinos por las calles de la capital francesa y otras ciudades, uno se da cuenta que las banderas y los vivas al país ocultan en el fondo el malestar de que el sueño nunca se cumplió ni aquí ni allá para la gente de Argelia, el país donde vivió secuestrado años Miguel de Cervantes Saavedra y del que sin duda se inspiró para su genial obra El Quijote de la Mancha, manuscrito escrito segun él por el musulmán Cidi Hamete Benengelí.
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