Aunque le llueven muchas críticas de sus opositores y sin duda ha cometido varios errores de autosuficiencia, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (1953), odiado por la derecha de su país, se ve cada vez más radiante ejerciendo el poder, basado en un triunfo electoral irrebatible otorgado por 30 millones de votos, que derrumbó de súbito al inamovible establecimiento plutocrático reinante.
Ahora, cuando llega a la mitad de su sexenio, se le siente aun más feliz, realizado y firme en sus convicciones y cada mañana, en sus conferencias de prensa, aborda todos los temas, responde a sus críticos y ratifica con claridad su compromiso con la democracia, los cambios y el deseo de que su proyecto de acabar con la corrupción y recuperar el protagonismo diplomático de su país avance hacia el futuro.
López Obrador es uno de los pocos casos en América Latina en que un opositor aguerrido frente al régimen de los poderosos, originario de la provincia y no de las élites, lucha durante décadas desde abajo para llegar al poder y enfrentando todos los obstáculos, cuando ya se daba por muerto, logra ganar las simpatías de la población y accede a la Presidencia, haciendo historia.
Sus enemigos predecían que su gobierno sería sectario, izquierdista, loco, pero en los tres años de su mandato mantuvo una relación serena con el agresivo gobierno antimexicano de Donald Trump, en el marco de la cual se ratificó un tratado de libre comercio e incluso se dio su única visita al exterior, a Washington, donde ambos presidentes, el millonario gringo y el mexicano, se intercambiaron bates de béisbol.
Para el famoso Grito de la Independencia que se celebra cada 15 de septiembre en la noche y el subsecuente desfile militar del día siguente, López Obrador optó este viernes por invitar de manera especial al presidente de Cuba Miguel Díaz Canel, en el marco de una cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), rival de la OEA .
En su discurso, el mandatario mexicano, nacido en el tropical y petrolero estado de Tabasco, donde transcurre la famosa novela de Graham Green El Poder y la gloria, ratificó una de sus posiciones más firmes, basada en la vieja tradición de la política exterior mexicana de que los países no deben intervenir en los asuntos interiores de sus vecinos, pues es una garantía para preservar la paz.
Esa ha sido una sabia posición de México desde los tiempos de la Revolución y la larga hegemonía del Partido Revolucionario Institucional en el siglo XX. Se han tenido en lo posible buenas relaciones con el poderoso vecino Estados Unidos, pero a la vez amistad con países reacios al Imperio, respetando su autodeterminación.
México ha sido sede de incontables negociaciones de paz, como fue el caso de las de Guatemala, El Salvador y Colombia y acaba de albergar el primer encuentro impensable entre el régimen de Nicolas Maduro y la oposición con miras a una solución pacífica del conflicto, algo que la comunidad internacional aplaude.
López Obrador ratificó ante Díaz Canel su oposición al largo bloqueo de Cuba, que ya lleva 62 años, coincidiendo en ello con la mayoría de los países que sesionan en las Naciones Unidas y amplios sectores estadounidenses. Piensa que bloquear un país reduciéndolo a la miseria por razones de índole ideológica es un acto inhumano. Muchos países antidemocráticos y dictatoriales, pero ricos en petróleo o minerales como Arabia Saudita, el Chile de Pinochet, o China, por ejemplo, no han corrido la misma suerte.
La invitación de Díaz Canel es sin duda un nuevo gesto diplomático del gobierno mexicano tendiente a buscar el fin del bloqueo de Cuba, que ya el expresidente Barack Obama había comenzado a preparar cuando realizó la primera visita de un líder estadounidense a la isla después de la Revolución castrista.
Salvo su visita a Washington, López Obrador ha preferido quedarse en su país y no hacer giras costosas al extranjero para destinar esos dineros a financiar proyectos para los necesitados. Vendió el avión presidencial, disolvió la antigua sede ejecutiva de Los Pinos, un búnker rodeado de militares, y retornó a gobernar al Palacio Presidencial del Zócalo, junto a las pirámides de la capital azteca Tenochtitlán. Viaja durante sus giras nacionales en aviones comerciales y su guerra es implacable contra la corrupción. Ha bajado los sueldos de la alta burocracia. Pero aun así sus opositores lo fustigan.
Veterano de la oposición, incorruptible, astuto estratega y táctico en política local, López Obrador estudió ciencias políticas en la Universidad Nacional Autónoma de México y sus posiciones se cimientan en un profundo conocimiento de la historia de su país y una carrera que construyó contra viento y marea.
Practica un nacionalismo popular que contrasta con las décadas recientes en que México perdió su protagonismo mundial por estar alineado ciegamente con el Imperio y los poderes financieros, desconociendo sus raíces milenarias. Sus radicales opositores critican su terquedad, no gustan de su acento popular tabasqueño y aborrecen su autosuficiencia, pero se ven sorprendidos a veces por su fuerza histórica, importante para el destino actual de América Latina.
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