Durante el encierro nada como volver a reordenar los libros y descubrir de repente aquellos extraviados o nunca leídos, o los que nos han marcado de por vida. De los primeros descubiertos en la infancia, tengo en mis manos la edición ilustrada de De la Tierra a la Luna del gran Julio Verne, novelista de aventuras y ciencia ficción oriundo de la ciudad de Nantes, en el noroeste francés. Fue la primera de una serie de lecturas del genial escritor que iluminó durante un siglo el imaginario de los niños del mundo.
En la actualidad Nantes centra su actividad turística en el homenje a su hijo preferido, con un parque especial lleno de maravillas mecánicas y tiovivos espectaculares que hacen felices a los infantes locales y a quienes acuden allí en romería en los tiempos de primavera y verano. Nantes fue una próspera ciudad en tiempos de la trata de esclavos y un rico puerto fluvial donde se construían las gigantescs naves que cruzaban los mares del mundo. Hoy los paquebotes y cruceros son construidos en el cercano puerto industrial de Saint Nazaire, a unos kilómetros de allí, donde un centro de traducción animado por el novelista Patrick Deville, el MEET, realiza encuentros literarios y otorga becas de estadía a jóvenes escritores del mundo.
Además de los castillos de los príncipes de Bretaña que reinan sobre el Loira, la ciudad conserva palacios y callejuelas admirables, pero Verne ha terminado por convertirse en el inspirador entusiasta de quienes siempre piensan en el futuro y tratan de alejarse del pasado, salvo para estudiarlo y aprender de él. Un gigantesco elefante mecánico recorre el parque infantil que hace también las delicias de los adultos y uno se imagina entonces al joven provinciano Verne que soñaba desde ahí en planetas lejanos, océanos profundos, naves voladoras y máquinas y animales fabulosos.
Siempre he guardado y cargado en todos los viajes y de un lado al otro del mar este ejemplar que fue el primer libro que compré de niño con mi dinero en la librería Kapelusz de Bogotá, situada en una esquina céntrica de la carrera novena, no lejos del recién desaparecido Café San Moritz, los templos coloniales, el Banco de la República, el Museo del Oro y la Avenida Jiménez, lugares que frecuentaba con mi padre en los años 60 en sus viajes a la capital, cuando la Nasa preparaba la llegada del hombre a la luna.
No la misma suerte corre el ejemplar ilustrado de Las mil y una noches, publicado por la editorial Sopena, que se me extravió en el camino, pero espero reencontrar en alguna librería de viejo de Madrid, una vez pase esta terrible pandemia del coronavirus que tanto ha afectado a la amada capital española. Las librerías de Madrid y sus ferias anuales son paraísos para los lectores latinoamericanos que vuelven a encontrar allí las viejas ediciones de los libros con los que se iniciaron.
En esos años España había vuelto a convertirse en uno de los centros editoriales del mundo hispanoamericano después de los largos y tenebrosos años de la dictadura y desde allí llegaban cargamentos enteros de ediciones de todos los autores del mundo, enciclopedias y colecciones populares que se vendían en los quioscos de nuestros países, como la inolvidable y querida serie de Salvat, que nos abrió tantas puertas y nos presentó a tantos autores.
Al remover el polvo de los libros, uno vuelve a encontrar novelas inolvidables que de tanto degustar en la vida posee en ediciones repetidas. Tal es el caso de Bajo el Volcán de Malcolm Lowry, una de las novelas más importantes del siglo XX, publicada en español por la editorial mexicana Era, o Los ríos Profundos de José María Arguedas en la edición crítica española de la colección Clásicos de Cátedra.
Bajo el Volcán es una novela secreta y compleja que no se deja leer fácil y a la que se llega por peldaños hasta revelar todos los misterios vividos por un cónsul alcohólico que se hunde en una crisis existencial provocada por el amor en el cálido balneario de Cuernavaca de los años 20 y 30 del siglo pasado. Al lado de La serpiente emplumada de D.H. Lawrence, El poder y la gloria de Graham Greene y Los detectives Salvajes de Roberto Bolaño, la de Lowry hace parte de un grupo de obras surgidas durante largas estadías de extranjeros en el sincrético país donde reina lo prehispánico y lo barroco.
Los ríos profundos de Arguedas es una joya que uno puede leer a lo largo de la vida varias veces sin dejar de descubrir nuevos misterios y aristas. Arguedas, rubio y blanco de ojos claros, fue criado por los indígenas que trabajaban como sirvientes para su padre hacendado, casado en segundas nupcias y despreocupado de su primer hijo.
Estamos viviendo, según dicen, la crisis más importante de la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial y miles de millones de terrícolas estamos confinados en medio de una pesadilla que nunca imaginamos. Lejos del acelere vivido en esta época, los humanos volvemos a encontrarnos con nosotros y los nuestros y viajamos en casas que son como barcos en alta mar, refugiado cada quien en un camarote diminuto para deambular a través de los libros. La alegría de leer nos salva un poco del naufragio en estas horas inciertas, cuando ignoramos aún cómo saldremos de esta prueba inesperada.
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