Sean cuales fueren los resultados en las elecciones legislativas de este domingo en Alemania, la canciller Ángela Merkel (1954) tiene ya un puesto garantizado en la historia de su país, Europa y el mundo. En un contexto inédito de violencia verbal y amenazas atómicas entre dos líderes perturbados mentales como el presidente estadounidense Donald Trump y el dictador de Corea del Norte Kim Jong Un, que son los incendiarios calígulas del momento, Merkel no solo se ha convertido en la líder de Occidente sino en la única jefe de Estado mundial capaz de poner cara con sensatez al impetuoso mandatario del imperio norteamericano.
También ha sido ella la que lidera en Europa con valentía la grave crisis migratoria producida por las guerras asiáticas, mediorentales y africanas que mandan a las rutas marítimas y terrestres del éxodo a millones de aterrorizados humanos que huyen de los bombardeos y la destrucción apocalíptica de sus países, como ocurre en Siria, Irak, Yemen, Libia y otros, amenazados por el califato del Estado Islámico y las guerras religiosas.
Cuando millones de refugiados tocaban a las puertas de Europa, Merkel tuvo el coraje de abrir en 2015 las fronteras a un millón de refugiados, tal vez acordándose de los congéneres de Europa del Este que huían de la represión soviética antes de la caída del Muro de Berlín o de los millones de exiliados que huyeron de la persecución nazi y la guerra en Europa, sin olvidar los boat people camboyanos o vietnamitas. A riesgo de arruinar su popularidad, Merkel dio un ejemplo al resto de países europeos, mezquinos y avaros a la hora de recibir y ayudar a quienes huyen de las guerras.
La hospitalidad para los refugiados, familias, ancianos, niños, adultos enfermos, es una obligación mínima para las naciones civilizadas, ya que nadie está a salvo de caer algún día en la desgracia, atrapado en la tenaza de los conflictos mundiales. Quienes nos encontramos bien hoy no sabemos nunca cuándo la tragedia tocará a nuestras puertas, ya sea guerras, persecuciones o catástrofes naturales. Esta sola acción de Merkel es sin duda su principal logro histórico, a lo que se agrega la moderación y la inteligencia con que ha actuado para tratar de apagar los incendios geopolíticos de nuestro tiempo.
Aunque pertenece a un partido conservador moderado como la CDU, ha gobernado la mayor parte del tiempo en coalición con los socialdemócratas y es una maestra en el diálogo y el logro de los consensos necesarios para calmar a sus tropas o ceder a los aliados. Así se ha convertido en una especie de madre de y su pueblo le ha correspondido, aunque recientemente el auge de la extrema derecha xenófoba ha puesto en jaque su permanencia en el poder. No busca lujos ni codicia fortunas como casi todos los políticos del mundo y suele ir a comprar su mercado como cualquier otro de sus conciudadanos o a conversar con sus amigas en las cafeterías o restaurantes cercanos a la cancillería o su casa berlinesa.
Nadie hubiera pensado que esta sencilla muchacha crecida en la República Democrática Alemana (RDA), entonces bajo dominio soviético, se convertiría algún día en uno de los cancilleres más longevos del país al lado de Konrad Adenauer y Helmuth Kohl, adalides de la República Federal Alemana (RFA). Brillante estudiante de física y matemáticas, aplicada y modesta como todos los habitantes de esa parte oriental de Alemania, entonces gobernada por el Partido Comunista y controlada por los servicios secretos de la Stasi, la joven saltó a la política cuando cayó el muro de Berlín y se realizó la reunificación alemana bajo el mando de Helmuth Köhl, líder de la Unión Cristiano Demócrata (CDU) de la RFA.
Rumbo a la unificación política de su país, Merkel pasó a ser asesora y portavoz del gobierno de transición de la RDA y poco a poco mostró sus talentos hasta llamar la atención en Bonn de los asesores del gran canciller Kohl, quien la llamó en 1991 a ejercer el ministerio de la mujer y la juventud como cuota femenina y estealemana en el nuevo gabinete de la Alemania reunificada.
Como tantas muchachas alemanas de su generación en la RFA o en la RDA, Merkel llevaba pelo corto, a veces jeans, usaba poco maquillaje, lucía prendas sencillas y amplias, y ejercía el nudismo naturista junto a ríos y lagos. Según sus biógrafos, el viejo Kohl, típico varón alemán de vieja guardia, enorme como un oso, longevo y poderosísimo, la miraba con cierta condescendencia, sin saber que sería ella quien al conquistar finalmente el partido haría el balance de su gestión y mandaría a su protector a los baúles empolvados de la historia.
Tanto es así, que cuando murió Kohl en junio de este año, la joven viuda del excanciller hizo todo lo posible sin éxito para alejar a Merkel de las conmemoraciones fúnebres, dado el rencor que aquel le tenía a ella por no haberlo apoyado cuando comenzaron los escándalos de malversaciones en el partido y por haber liderado con una nueva generación el delito de lesa majestad para iniciar el proceso de reconquista del poder, entonces a manos de los Socialdemócratas y los Verdes, bajo la conducción del canciller Gerhard Schröder.
Ese momento llegaría al fin en 2005 y desde entonces, a lo largo de tres periodos completos, ha dirigido al país en una coyuntura económica muy favorable, que lo hace ampliamente superavitario y fuerte como máquina tecnológica e industrial europea que es, sin olvidar que también ha dado pasos hacia la transición ecológica con la renuncia a la energía nuclear y la generalización de nuevas energías alternativas en muchas regiones.
No todo es perfecto en Alemania por supuesto, pues hay regiones afectadas por las transformaciones donde crece la amenaza de la extrema derecha, a veces con violencia. La presencia de tantos inmigrantes turcos, griegos, sirios, afganos y de otras nacionalidades esteeuropeas, africanas, mediorientales, es percibida como amenaza para muchos y utilizada por los agoreros del desastre. Ante todos esos problemas, la fuerza de Merkel radica en su moderación y el talento para ser firme a la vez y desactivar por ahora los riesgos del descontento.
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