Es increíble como un país como Colombia puede pasar la vida dependiendo de chismes de políticos y bandidos desde que amanece hasta el anochecer y que aun así no estalle en una conflagración bíblica. Nadie puede evitar estar al tanto de esas noticias mediocres y sin interés que aparecen las primeras planas de muchos medios escritos, radiales y televisivos, no todos por fortuna. Incluso yo, que vivo a 14.000 kilómetros, no puedo evitarlo y lo vivo como eso que los amantes de la India llaman el Karma.
Qué desgracia el Karma de haber nacido en un país donde la voz la tienen los políticos y los bandidos, que son la misma cosa y que desde hace tiempo su algarabía intensa y patológica sea la que alimente a los jóvenes y a los niños que crecen en medio de semejante caos, todo centrado en la muerte, el dolor, el abuso, la trampa, la viveza, la estafa, el griterío de líderes ignorantes y payasescos que, financiados por los poderes, se agitan todos y todas para presentarse de candidatos a cualquier cosa con tal de existir. Cuando alguien descubre que no sirve para nada, se dedica a político.
Eso mismo vi yo cuando me fui del país y me asfixiaba la mediocridad de los dirigentes y el destino ineluctable hacia un hoyo cada vez más atroz de Colombia, como si fuera un país inviable que solo podría encontrar su paz y concordia en la disolución. Nunca imaginé que la decadencia llegara a tales niveles y que aquellos viejos tiempos del Frente Nacional fueran vistos como una tregua, un reposo donde algo floreció y también algo murió, por supuesto, pero no a los niveles de los ciclos posteriores.
Admiro y respeto a todos los colombianos que han vivido ahí en medio de oleadas cíclicas de un horror que no cesa. Los colombianos y otros muchos seres humanos en países de América Latina, África, Asia han enfrentado todos los abusos en medio de la belleza más impresionante del paisaje. En medio de los idílicos remansos de los ríos y las luces de los atardeceres que se reflejan en las inmensas cordilleras y valles, los colombianos han vivido día a día las noticias más atroces y no hay día que la radio o los medios les traigan el relato de los peores estropicios, como si fuese el país todos los círculos del infierno de Dante. Ricos y pobres han sufrido, todos sin falta han llorado. Todos hemos llorado.
Yo he vivido también cosas terribles en los países donde he vivido o por donde he pasado lejos de Colombia, terremotos terribles, guerras, pestes, revoluciones, crisis económicas, pero la verdad es que Colombia es uno de los que más se destaca en ese horror. Además de la tragedia cíclica, el país vive en una permanente algarabía de payasos que agitan desde la política toda su perversidad narcisista. Son ellos los que hablan y ocupan el espacio cuando lo que debería escucharse es la voz de los científicos, los poetas, los filósofos, los místicos y los sabios, desterrados por ahora del panorama. Cada nueva generación de políticos es aún más mediocre, ignorante y malvada que la anterior.
Sería bueno levantarse oyendo a científicos, poetas, historiadores, abuelas, campesinos, artesanos, agricultores y ecologistas, pero no a los politiqueros lagartos que medran en Bogotá. Oír a los que de verdad aman la tierra y los pájaros y están en contacto con los pueblos y la verdura poética del fértil territorio desde la Guajira a Leticia, desde Nariño a Urabá, uno de los más ricos en biodiversidad del mundo. En los Verdes lagartos de Bogotá y Medellín no hay poesía ni amor, no hay nada, solo politiquería y malicia. Y como ellos todos los demás partidos que dominan el Congreso, son franquicias de mafiosos y clanes de criminalidad.
Quisiera creer en los jóvenes, pero los jóvenes de nuestra generación también nos arriesgamos y salimos a las calles y nos llevaron al calabozo y después nada pasó. Porque en Colombia nada pasa. Siempre ganan pillos, bandidos, mafiosos, corruptos, desfalcadores, psicópatas, narcisos del poder. Siempre se las arreglan para quedarse en el poder y para que nada cambie nunca y todo siga igual. Germán Castro Caicedo y Alfredo Molano, periodista y sociólogo que le dieron la voz a la gente de los llanos, las montañas, los abismos, las costas, hablaron de una Colombia amarga, pero sabiendo que también subyacía en sus capas concéntricas y en sus yacimientos una dulzura que espera agazapada en las flores, los pájaros y las frutas algún momento de redención.
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