Recién llegado a México después de cinco años de estudios en Francia y uno en California, ingresé a estudiar guión cinematográfico en el prestigioso Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), situado en los Estudios Churubusco, famosos porque ahí se filmaron por décadas las mejores películas del cine de oro mexicano cuando este tenía fama mundial, como ha vuelto a tenerla hoy gracias a los jóvenes directores y técnicos de ese país que ahora son los más solicitados y premiados en Hollywood, Cannes, Venecia y Berlín. En esos estudios trabajaron Dolores del Río, María Félix, Cantinflas, Pedro Infante, Jorge Negrete, el Indio Fernández y Luis Buñuel, entre otros.
El ingreso al CCC era muy difícil y mucho más para los estudios de realización y en la primera generación de guión fuimos incluidos solo cuatro extranjeros, un argentino, un colombiano, un dominicano y el cineasta salvadoreño Manuel Sorto. El resto eran mexicanos jóvenes que ya habían hecho sus pinos en la literatura como Héctor Perea Enríquez y el recién fallecido rockero Armando Vega Gil o pertenecían a prestigiosas familias del cine local como los Velo, Balzaretti o Pérez Grovas, entre otros.
La escuela era dirigida por Alfredo Joskowicz y estaba situada en un agradable edificio moderno, donde los salones recibían amplia luz a través de amplios ventanales. A un costado se encontraba la Cinemateca, entonces dirigida por Margarita, la hermana del entonces todopoderoso presidente José López Portillo, inteligente y elocuente personaje de estirpe porfiriana que a veces se sentía como el dios azteca Quetzalcóatl.
En esos tiempos México vivía aun momentos de gran prosperidad petrolera e industrial e influencia mundial y regional en el marco de los países no alineados. Recientes gobiernos del Partido Revolucionario Institucional habían recibido con generosidad a miles de exiliados latinoamericanos que huían de las dictaduras derechistas de Chile, Brasil, Argentina y Uruguay, entre ellos importantes figuras de la literatura y de la academia, cuyos nombres sería largo citar aquí y que contribuyeron a la irradiación de la influencia cultural mexicana en el mundo.
No solo en México estaban vivas todas las glorias de la literatura mexicana de medio siglo, sino las latinoamericanas, a las que se agregaban miles de exiliados españoles que ya se encontraban en México después de que Lázaro Cárdenas y gobiernos posteriores los recibieron como perseguidos por la dictadura de Francisco Franco. Los intelectuales españoles enriquecieron las universidades, el mundo editorial e impartieron clases a varias generaciones de estudiantes locales. La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Colegio de México y otras escuelas son algunas de las instituciones que se nutrieron de sus saberes.
Filólogos, filósofos, juristas, científicos en todos los campos, cineastas, artistas plásticos y especialistas en ciencias políticas o sociales irrigaron de saber y cultura todo el país y en especial la Ciudad de México, que era un hormiguero de saber, ciencia y cultura. Nombres como Luis Cernuda, Max Aub, Wenceslao Roces o Luis Buñuel fueron algunos de los que trabajaron en México en esos tiempos de esplendor cultural. Y por supuesto varios eran los nombres de amantes del cine, como Jomí García Ascot y María Luisa Elío, Carlos Velo, Emilio García Riera, Tomás Pérez Turrent y José de la Colina, entre otros.
Para mí era una felicidad llegar todas las mañanas a las ocho a agotar el estricto pénsum del CCC, donde se tomaba lista y había controles continuos de las diferentes materias que estudiábamos, como dramaturgia, literatura, guión, lenguaje y técnicas cinematográficas, historia del cine y muchas más. Entre los profesores se destacaba como el mejor y más prestigioso el gran director polaco Ludwig Margules (1933-2006), a quien agradezco el haberme animado y felicitado cuando escribía mi primera pieza teatral, El luto embellece a Althusser.
Margules era un hombre robusto de barba blanca que fumaba pipa, con un rostro marcado por la inteligencia y el tiempo que parecía surgido de un filme expresionista de los años 30, como El Ángel Azul. Era un maestro excepcional, comprometido, apasionado y entregado como buen polaco a su disciplina y los que trabajamos con él debían siempre ser excelentes. O sea que nos ensenó a tratar de conquistar las estrellas con las manos. Todavía cuando nos reunimos con algún ex-alumno de aquella generación, como ocurrió hace poco con Héctor Perea Enríquez en el Jardín de Luxemburgo, lo recordamos con afecto y admiración.
Con él había otros profesores como el propio Joskowicz, José de la Colina, Noé Jitrik, Juan Tovar, Carlos Miret, Eduardo Maldonado y otros más que elevaron el nivel de los estudios guionísticos a un rango muy destacado. Todos los alumnos de esa generación seguimos en la cultura y varios han producido obras notables en el campo de la literatura, el espectáculo y el cine. En esos años y posteriores se formaron en el CCC y en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM los grandes cineastas, guionistas, fotógrafos, técnicos, realizadores mexicanos que reinan hoy en Hollywood y en el mundo.
En esos tiempos felices pasábamos la tarde y la noche después de clases en las salas de la cinemateca, agotando el cine local y mundial hasta el día en que por desgracia miles y miles de cintas antiguas se inflamaron causando un aparatoso incendio que la destruyó y fue considerado casi una tragedia nacional.
Después de esa experiencia ingresé a trabajar en la Filmoteca de la UNAM, donde me encargaba de revisar toda la iconografía del cine de México desde los tiempos de antes del cine parlante, pasando por el cine de la época de oro o de cabareteras, hasta llegar a la modernidad conquistada en los años sesenta, en la que contribuyeron figuras como Jaime Humberto Hermosillo, Luis Alcoriza, Paul Leduc, Gabriel García Marquez, Carlos Fuentes y Juan Rulfo. En la filmoteca uno podía consultar los guiones originales escritos por el Nobel colombiano, razón por la cual emprendí la escritura del primer libro sobre su trabajo en el cine, titulado García Márquez: La tentación cinematográfica.
Siempre recuerdo con alegría y gratitud haber tenido la fortuna de estudiar cine en el CCC con maestros tan magníficos. Solo un gran país como México, el hermano mayor de América Latina, pleno de historia milenaria, puede darse el lujo de ser tan generoso con tantos jóvenes latinoamericanos que siempre fueron recibidos allí como hermanos en las universidades, los periódicos y en las instituciones culturales, como en su tiempo recibieron a Barba Jacob, a Mutis y a García Márquez.
No olvidaré nunca la luz radiante que caía sobre la altiplanicie mexicana donde reinaron antes los aztecas y que cruzaba rauda por los amplios ventanales de los salones junto a los legendarios estudios Churubusco. Esa luz de Tenochtitlán, junto a los volcanes Ixtaccíuatl y Popocatépetl, nos inspiraba a amar a las artes sobre todas cosas y a no olvidar jamás a México.
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