Aunque Rusia y Ucrania son países que desde la perspectiva geográfica y cultural se encuentran a considerable distancia de Colombia (algo más de un cuarto del meridiano terrestre), se tiende a creer que las trágicas consecuencias de esa bárbara incursión de un Goliat contra un David sin cauchera estarán lejos de afectar la vida cotidiana en Latinoamérica y Colombia. Nada más lejos de la realidad presente y futura.
Consecuencia del alto nivel de interdependencia de las economías de todo el mundo, debido a la globalización, eventos importantes que suceden en regiones que ni siquiera sabemos ubicar en un mapa repercuten en menor o mayor grado en el planeta entero, en especial cuando se trata del motor fundamental de la economía: la energía, hoy dependiente principalmente de los combustibles fósiles. Los habitantes de diferentes países sufrirán el incremento del precio del gas y petróleo en los mercados internacionales debido a la despiadada invasión rusa que confiamos se frene o sea frenada, porque así fue como comenzó Hitler: invadió la región de un país vecino donde se hablaba alemán –los Sudetes– y luego planeó engullirse el resto del continente.
Algunos analistas proyectan que el barril de petróleo podría alcanzar los US$300, todo un récord inimaginable en la historia petrolera, como consecuencia del retiro de la oferta rusa del mercado del crudo, lo cual generará un desequilibrio entre la oferta y la demanda en los mercados internacionales empujando el precio al alza. Ya se detectan tendencias en este sentido, y si el problema bélico empeora se mantendrá esta tendencia en los precios de los bienes que se transan en los mercados internacionales.
Las consecuencias para Colombia son variadas y en distintas direcciones. Por un lado, con el precio del petróleo al alza se incrementarían los ingresos del gobierno, lo que contribuiría a disminuir el déficit fiscal y permitiría un aumento del gasto público favoreciendo la reactivación económica. Pero también sobrevendrían efectos adversos para la actividad económica y para la sociedad, tales como incremento de los precios de los combustibles y de los productos derivados del petróleo, afectando negativamente la economía por el incremento en los costos de producción que redundarán en alza generalizada de precios.
Además, el sector agrícola colombiano depende de abonos y fertilizantes importados, con un porcentaje importante proveniente de los países involucrados en el conflicto. Esta situación incrementará sus precios y todo lo que dependa de ellos, en especial los ciclos de fertilización en el sector agrario, la disminución de las cosechas de diversos productos y la producción de alimentos. Bien sabemos que el sector agrícola es tal vez el que más ha incidido en el nivel inflacionario registrado en los últimos meses. Por otra parte, la mayor disponibilidad de dólares en Colombia como consecuencia del incremento en los ingresos petroleros podría generar una tendencia a la baja en la devaluación del peso colombiano frente al dólar, lo cual podría afectar las exportaciones de otros bienes no mineros, más otras consecuencias extensas de exponer.
Y como si fuera poco, el problema logístico internacional –que explicamos en columnas anteriores– se verá agravado por las restricciones a la operación marítima y aérea como consecuencia de las sanciones impuestas por Estados Unidos y Europa a Rusia. Todo esto generará una nueva presión inflacionaria en todo el mundo y por lo tanto también será otro factor adicional para el incremento general de precios en Colombia, lo cual afecta el ingreso disponible de las familias, efecto que se siente con más fuerza en los hogares más pobres.
Ante este repentino acontecimiento ¿qué opciones claras, completas, sensatas y realistas nos ofrecerán los dos candidatos finales en la contienda presidencial? De ellas, y no de la demagogia (como listar promesas inalcanzables) dependerá en buena parte el bienestar del pueblo colombiano.
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