Así se titula el libro del periodista Andrés Felipe Solano, en el que relata su experiencia como empleado de una fábrica de confecciones en Medellín, trabajo que desarrolló durante medio año de manera incógnita. Los 6 meses en que Solano desarrolló este proceso de periodismo de inmersión le bastaron para entender lo que implica sobrevivir con el Salario Mínimo en Colombia.
E inmersión es precisamente lo que les falta al presidente Duque y a la Ministra de Trabajo. Solo a ellos se les ocurre que, tras el mezquino incremento del 6% en el salario mínimo para 2020, un colombiano puede conseguir una vivienda digna en arriendo por $266.000 o adquirir vestuario con $10.000 pesos al mes, como lo han expuesto en distintos medios. Salvo que la aspiración sea vivir en una pieza de 2 x 2 o vestirse con bolsas de mercado, las proyecciones del gobierno ratifican que ellos viven en una burbuja, en un país distinto al de la mayoría de colombianos. "Ellos son creativos y siempre se las ingenian”, pensarán desde la Casa de Nariño los que prometieron que en su gobierno iba a haber más salarios y menos impuestos.
El privilegio de no tener que experimentar lo que les toca vivir a millones de colombianos, los ha llevado a convencerse de que estos escenarios absurdos serán entendidos y aplaudidos por la gente. El de Colombia es el segundo peor salario mínimo de Sudamérica. Solo nos supera Venezuela, país con el que el uribismo atemoriza todos los días, pero al que cada día nos acercan más.
No habría líos si la desconexión de Duque y su gabinete con el país real solo fueran material para memes o insumo para chistes, pero sus decisiones tienen un alto impacto en la vida nacional. 1 de cada 2 trabajadores vive con el salario mínimo, el cual solo alcanza para adquirir el 60% de la Canasta Básica. Al no tener las necesidades mínimas satisfechas, a millones de ciudadanos les toca decidir -como le tocó hacerlo a Solano- entre comprar una máquina de afeitar o tomarse una gaseosa, pagar un pasaje de bus o comerse un paquete de churros, o adquirir un par de pilas para el radio o almorzar. Cualquier gasto adicional, cualquier descuadre, cualquier retraso en el pago implica para más de 10 millones de colombianos dejar de comer, atrasarse en los servicios, tener que irse a pie al trabajo, prestar plata o pedir plazo para pagar el arriendo.
Concluye Solano, un periodista de clase media, para el que vivir con estos ingresos fue apenas una experiencia, mas no su destino, que ganar el salario mínimo “es soportar el calor pensando en el frío. Es estar parado diez horas hasta no sentir los pies. Es medir el hambre en horas trabajadas. Es odiarlo todo, hasta la propia cara. O, por el contrario, vivir en estado de abulia sin que nada importe."
Esa sensación de fatiga y apatía derivada de la realidad propia y la de millones, sumada a la indignación de saber que en el país a unos pocos les va muy bien, mientras a la mayoría le va muy mal, ha sido una de las razones del estallido social que vive Colombia desde noviembre del año pasado.
Por eso la exigencia de establecer un salario mínimo digno seguirá siendo una reivindicación permanente. Después de todo, vivir con estos ingresos es vivir con muy poco y necesitando mucho. Es vivir con nada.
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