Hace unas semanas, la Secretaria de la Mujer Matilda González, orientó una charla sobre Violencias de Género en una universidad católica de Manizales. En menos de 5 minutos, la charla se convirtió en un taller práctico y a los más de 200 asistentes nos tocó asumir una posición activa en el evento. Matilda nos pidió ubicarnos en distintos espacios, dependiendo de si habíamos o no sufrido violencia física, sexual, psicológica, económica o patrimonial en algún momento. Siempre hubo mujeres y personas de la comunidad LGBTI en los lugares donde se reconocía el padecimiento de estas violencias.
El revolcón que Matilda generó en el auditorio es un síntoma de lo que pasa en Manizales con la disputa sobre el género. El nombramiento de una mujer trans en un cargo público ha suscitado un ambiente de agitación. Por un lado, muchos creemos que esta designación es un acto de coherencia y reconocimiento, y por otro, un pequeño grupo de cruzados conservadores, que aún no se han notificado de la separación entre Estado y religión, han emprendido una campaña sentenciando que “o se va el señor Matilda González o se va el alcalde”.
La actitud discriminatoria de este grupo, llamando señor a quien se reconoce como mujer desde hace mucho, proviene de la creencia arraigada de que tiene que existir una coherencia entre el sexo, el género, la práctica sexual y el deseo. Esta continuidad aparentemente natural, que implicaría que quien nace hombre, debe identificarse como hombre, tener prácticas sexuales con mujeres y desear a mujeres, y viceversa, no solo ha sido refutada científicamente sino que ha sido ampliamente rebasada por los hechos y por cómo suceden las cosas en la naturaleza. Los ejemplos abundan: desde los animales que nacen con genitales femeninos y son machos, pasando por especies hermafroditas y culebras machos que se hacen pasar por hembras para aparearse con otros machos, hasta las personas que han asumido identidades de género y prácticas sexuales diversas durante toda la historia de la humanidad.
Las supuestas incoherencias o discontinuidades de las personas trans, que critican grupos como el autoproclamado Comité Ejemplar en Manizales, son más bien excusas para intentar imponer una normatividad específica en asuntos de sexo y género. Por eso Judith Buttler, pionera en el estudio de estos temas y activista de larga data por la equidad de género, afirma que, a pesar de que haya gente con estas creencias, “en la realidad existen manifestaciones, prácticas e identidades que controvierten y subvierten su lógica, demostrando sus límites y convirtiéndose en matrices subversivas de orden de género. Esta es, quizás, la disputa: por la supervivencia y por el reconocimiento.”.
Y la lucha por el reconocimiento es el punto nodal de este debate. El mensaje detrás de estas campañas es que ser trans es antinatural, ilógico e irregular, señalamientos que deshumanizan y niegan la existencia del otro. De esa violencia simbólica y psicológica hay solo pocos pasos hacia la violencia física y sexual, de la cual son víctimas casi siempre mujeres y comunidad LGBTI, como se demostró en el taller de Matilda. Estas violencias son el pan de cada día en la vida de mujeres como Shaira, la famosa guapa de la galería, una trans ejemplar, que presentó una novela gráfica hace poco, quien relata que su infancia fue bonita hasta que empezó a sentirse y actuar como niña, o en la experiencia de la misma Judith Buttler, quien confesó lo duro que fue para ella darse cuenta que las personas que se salieran de la normatividad sexual están condenadas a una “encarcelación [que] conduce a la suspensión de la vida, o a una sentencia de muerte sostenida”.
El reconocimiento y apoyo que han tenido Matilda, Shaira y muchas otras personas trans, es reflejo de la transición que viven Manizales y Colombia, y es también un mensaje para quienes luchamos por más cambios: la transformación será posible si modificamos nuestras ideas sobre lo posible y lo real.
Llegará el día en que lo natural sea reconocer, acoger y fomentar la diversidad.
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