Hace ya casi dos décadas estaba en un salón de clase escuchando al profesor Orlando Londoño Betancourt en el curso introductorio de filosofía, nos explicaba diferentes planteamientos para entender lo que significaba pensar, el mundo y otro sinnúmero de cuestiones. Uno de los textos más potentes que recuerdo de sus clases fue “¿Por qué desear?” de Lyotard. Si bien en psicología habíamos empezado a comprender el comportamiento humano desde una perspectiva biopsicosocial, es decir, una forma de entenderlo que involucraba lo biológico, lo psicológico y lo social, fue en este texto de Lyotard la primera vez que leí sobre la posibilidad de entender el mundo más allá, o más acá quizás, de la perspectiva dual o de binomio. Era entenderlo desde la ambivalencia, desde lo paradojal.
Se es al mismo tiempo que no se es, es posible estar sin estarlo, soportado en un lenguaje que permite jugar con la palabra para dar cuenta de o crear nuevas realidades. Puede que mi recuerdo no sea del todo fiel a la postura del pensador expresado en ese texto, puede ser también que mi recuerdo de esa clase esté condicionado por los estrategos de mi memoria. Recuerdo una metáfora utilizada: sólo podemos ver cuando la luz y la oscuridad se entrelazan, cuando ninguna de las dos emerge en su totalidad. Ni la oscuridad más profunda permite ver más allá de lo negro ni la luz más intensa permite ver más allá de ese enceguecimiento que produce su destello. Sólo vemos en el cruce continúo de luz y sombra.
La vida es más compleja de lo que creemos. La creencia que cada uno es lo que quiere ser y lo es sólo por mérito, ha provocado mayor distancia entre nosotros como humanidad. No es tan simple. Somos el otro en mí, somos lo que somos porque tenemos una sociedad que nos antecede, nos arropa y nos condiciona. Lo que somos aquí está conectado con lo que se es allá. Cada uno de nosotros también tiene su profundidad. Su sentido propio en este mundo, sus circunstancias, su contexto. Cada uno de nosotros es único e irremplazable, cada uno de nosotros es uno gracias a que hacemos parte de todos. Es una creencia paradojal: somos a la vez que no somos, somos únicos a la vez que somos porque hacemos parte de otros más.
Todo informe que se presenta tiene su lógica de construcción. En cada línea que se escribe hay una intención, un relato que requiere ser comunicado, una idea que se encuentra en construcción. Todo texto supone también una elección. Hay que leerlo. Hacer una pausa para entender aún más la profundidad de lo que nos sucede como colectivo. Necesitamos más luz para iluminar nuestras oscuridades, nuestros vacíos llenarlo de contenido. Cada uno asumirá una postura, tendrá una motivación o interés en particular para entender lo que sus páginas expresen.
Invito a todos a leer el informe de la Comisión de la Verdad, leerlo con pausa, sin prisa, buscando encontrar entre sus páginas expresiones de nuestra propia humanidad, de nuestra tragedia colectiva, de nuestro amor y odio construido a través de estas décadas. De reconocer en sus páginas a quienes no nos acompañan hoy más físicamente, quizás a través de los recuerdos y de los dolores que produjo el conflicto que nos arropó y construimos como sociedad.
Nos corresponde involucrarnos una vez más, cada uno desde su experiencia, de su sentido de vida. Debemos leerlo con atención. La búsqueda de la verdad es un continuo permanente. La conciencia propia y sobre la humanidad requiere ser buscada incansablemente, necesita descubrirse, labrarse, construirse.
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