La mirada puesta en el horizonte, la calidad de vida como pretexto para entender la realidad actual, obliga a realizar una pausa y preguntar: ¿Cómo es el tipo de vida que estamos viviendo? ¿Cómo es nuestra calidad de vida? ¿Cómo quisiéramos que fuera? El presente cuestiona, sitúa la discusión para reconocer modos de vida diversos, de entender cómo la vida se experimenta en función de las condiciones, capacidades y recursos que se tienen a disposición.
 La actualidad requiere ser descrita, entendida. Lo que se expresa en términos de legítima protesta necesita ser escuchado. Expresa parte de lo que somos, de lo que no hemos sido, pero quisiéramos ser; de lo que hemos avanzado y de lo que aún tenemos por construir. Este llamado a la escucha, a la gestión de los conflictos de manera pacífica, de la discusión respetuosa de visiones de mundo, requiere reconocer las condiciones estructurales, culturales y sociales que sustentan lo que sucede. Precisamente, en lo que nos antecede pueden encontrarse explicaciones para entender lo que hoy sucede, por tanto, hablemos de cómo íbamos en educación en 2019.
 En educación básica y media: habíamos disminuido la deserción escolar, la relación alumno-docente era mejor que la esperada en el estándar nacional del MEN, la cobertura bruta estaba por encima del 85%, al menos el 66% de los docentes contaban con formación universitaria y de posgrado en especialización, 2 de cada 3 instituciones educativas estaban calificadas mínimo en B en las pruebas Saber 11.
 En educación superior: habíamos logrado que cada vez fuera mayor el número de personas mayores de 25 años que contaban con una formación mínima de educación superior, pasando de un 21,7% en 2010 a un 33,9% en 2019. Pese a la disminución en la matrícula de estudiantes nuevos a nivel nacional, entre 2018 y 2019 incrementamos en un 6,7%. 9 de cada 10 estudiantes estuvieron matriculados en IES con acreditación de alta calidad. La matrícula técnica profesional prácticamente se triplicó: pasó de 1314 estudiantes en 2013 a 3640 en 2019. Ocupamos el tercer lugar en las pruebas genéricas Saber pro en el país.
 Ahora, ¿Cuáles eran algunos de nuestros principales retos?
 En educación básica y media: lograr tener una cobertura bruta plena, lograr que el niño o niña en edad de transición que está por fuera del sistema educativo, efectivamente se matricule y se mantenga; lograr disminuir la tasa de deserción y reprobación que se experimenta en el grado Sexto. Necesitábamos generar una mayor cobertura para que Manizales dejará de ser la ciudad con menor tasa de cobertura bruta y neta en el país (92,5% y 82% respectivamente). Prestar mayor atención a Secundaria, ciclo donde se presentaban los niveles más altos de deserción, reprobación y repitencia. Mejorar la inversión con recursos propios: fuimos la segunda ciudad con la más baja inversión en el país.
 En educación superior: pese a tener la mayor proporción de programas acreditados de pregrado y de posgrado en el país, requeríamos incrementarles como expresión de calidad del proceso académico (8,3% y 37% respectivamente). Mejorar el puntaje global en las pruebas genéricas saber Pro, situarnos más allá de la calificación media. Consolidar la producción científica y los procesos de apropiación social del conocimiento en la ciudad. Mejorar las condiciones de acceso al mercado laboral para la población joven con título de educación superior, los cuales cerraron en 2019 con una tasa de desempleo de 24,3%.
 Nuestras fortalezas y retos en lo educativo impactan nuestra calidad de vida en todo aquella donde lo humano se expresa. Las necesidades y desafíos que expresan los datos son insumos necesarios para que colectivamente construyamos alternativas que irradien con mayor bienestar y calidad de vida a la población en general. Es un asunto de decisión política, institucional e individual.