En medio de la dramática situación que amenaza la salud y la vida de todos los habitantes del planeta, en particular de nuestro país, y más específicamente de las afectaciones que sufre la escuela por las medidas necesarias e inevitables que el gobierno nacional ha tenido que adoptar frente al desarrollo académico en las instituciones educativas, emerge como única alternativa la estrategia del trabajo virtual como mecanismo para que estudiantes y docentes se queden en casa adelantando, si no todas, por lo menos una buena parte de las actividades curriculares.
Me llama poderosamente la atención que cuando se empezó a explorar esta estrategia como una posibilidad, en los medios nacionales (por los menos en franjas mayoritarias) causó mofa de propios y extraños la conclusión de diversos sondeos de opinión según la cual los maestros de Colombia, y en particular las escuelas públicas, no estábamos en condiciones de implementar estas estrategias con alguna posibilidad de éxito. Incluso en algunos apartes de las argumentaciones se dijo que los maestros no contábamos siquiera con la capacidad para manejar un correo electrónico. No pretendo provocar una discusión sobre la veracidad de estas afirmaciones. Seguramente habrá algunos casos que las validan, pero también hay muchos otros que testimonian lo contrario.
Lo más preocupante tiene que ver con la percepción que existe en el colectivo nacional sobre el ostracismo escolar de nuestro país. Cuando uno se mira en un espejo, la imagen que él retorna es el reflejo mismo de lo que uno físicamente es, a no ser que el espejo sea cóncavo o convexo, o un espejo viejo opacado por los años. Si el espejo tiene una superficie fiel, entonces la imagen de regreso no tiene discusión alguna. Por analogía, podríamos decir que el colectivo nacional es el espejo en el cual se está mirando la escuela. Me pregunto entonces: ¿Es fiel el espejo donde se refleja la imagen de la educación pública en Colombia? Si no lo es, ¿por qué el interés de desfigurar la imagen de las escuelas oficiales de la nación? En uno y otro caso, ¿cuál debe ser la tarea de quienes tenemos la responsabilidad de liderar los procesos curriculares y académicos en la escuela? Y sobre este último interrogante me quiero ocupar, porque considero que sea cuál sea la respuesta de los dos primeros, solo existe una vía para transformar radicalmente esa percepción de buena parte del colectivo nacional.
Muchos son los esfuerzos que históricamente se han hecho en Colombia para que los maestros avancemos en la implementación de las tecnologías de la información y la comunicación en las escuelas del país. Han existido muchos casos exitosos, pero es innegable que hay muchos otros intentos fallidos que no han permitido que la tecnología se convierta en una herramienta didáctica de presencia permanente en las dinámicas educativas. Creo que las responsabilidades son compartidas: del gobierno nacional en materia de infraestructura, de la dirigencia política en la adopción de políticas educativas pertinentes y de alto impacto con presupuestos garantizados, y por supuesto de nosotros los maestros, a quienes nos ha faltado compromiso para favorecer los aprendizajes con estrategias amigables por medio de entornos tecnológicos.
Asimilar los cambios y retos que nos impone el siglo XXI no es una tarea fácil, mucho menos cuando existen iniciativas populistas que avanzan en el Congreso de la República que claramente van en contravía de la inmersión de la tecnología en el aula de clase. Me refiero, por ejemplo, a la prohibición del uso de los celulares en los colegios. Pero pienso que estamos ante una gran oportunidad, presionados por las condiciones desfavorables y de crisis que ahora nos rodean. Estamos obligados a adelantar los cambios que en condiciones normales y favorables tomarían más de cinco años.
Invito entonces a todos los actores de la educación en Colombia para que paguemos la deuda histórica que tenemos con los escolares, y aunque sea bajo la presión de la pandemia que ahora nos acecha, les entreguemos a los niños y jóvenes la buena nueva que esperan desde hace muchos años y que sin duda contribuirán al cierre de brechas de inequidad social. Solo así podremos mirarnos al espejo después de la crisis y recibir imágenes más amables.
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