La trasgresión y el irrespeto al tiempo de estudio de los niños en Colombia no conoce límite y es una desgracia nacional de la cual nadie se ocupa. Los días de clase se alteran con pasmosa facilidad ante los ojos de toda una nación que, impávida, consiente esta tragedia. Uno que otro columnista se refiere al asunto de vez en cuando y hasta allí llega la lamentación. Pareciera existir un pacto siniestro en contra de los tiempos escolares, pareciera que todos los actores de la vida nacional tuvieran licencia para disponer y afectar negativamente las clases de los niños. Veamos.
El Ministerio de Educación Nacional no muestra afán alguno por concertar con los dirigentes sindicales de los maestros sus justas (en la gran mayoría de las veces) reclamaciones, no importa si con esa desidia prolonga indefinidamente la ausencia de escuela para los niños de Colombia. A su vez, los sindicatos de los maestros no encuentran otra forma distinta a suspender la escuela para exigir sus derechos, aunque con ello violen el derecho fundamental a la educación de los niños en beneficio de la defensa de sus propios intereses. Por su parte, las autoridades educativas dilatan pasmosamente los tiempos para nombrar las vacantes de los docentes y cercenan con ello el cabal cumplimiento del derecho a la educación; adicionalmente, citan de manera recurrente a jornadas de capacitación en tiempo escolar, lo cual diezma los tiempos escolares. Pero como si todo esto fuera poco, en los hogares de nuestros niños cualquier novedad, por mínima que sea, es suficiente para que no asistan a la escuela y se afecten sus procesos de aprendizaje.
Faltan porque la mamá tiene cita médica, porque viene la tía de España, porque llega el papá y hace dos meses no lo ve, porque van a visitar a la abuela, porque nació el hijo de la tía Julia, porque está lloviendo mucho, porque vamos de trasteo al nuevo apartamento, porque hay que alistar maletas para el viaje, en fin, podríamos agregar cualquier cantidad de causas domésticas y pretextos para que los niños se ausenten de la escuela. Parece una caricatura, y efectivamente lo es, porque retrata la realidad nacional y quebranta el espíritu de quienes somos dolientes de la escuela y con desbordada pasión sufrimos sus angustias.
Luego de mes y medio de estar los niños sin clase, los maestros regresan a la escuela por orden sindical. Pero ¡oh sorpresa!, los niños están de vacaciones. Esta situación ocurre solo en la educación oficial, mientras que la educación privada está al día en presencialidad y respeta los tiempos escolares; aún más, están por encima de los tiempos del desarrollo curricular ordinario y tienen una variadísima oferta académica extraordinaria en materia de escuelas de formación, deportiva, artística, cultural y científica. Mientras los niños de la escuela oficial esperan sin saber cuándo llegará su maestro, quienes asisten a la escuela privada desarrollan competencias, afianzan aprendizajes y se preparan para ser los dueños de las escasas oportunidades.
Con esta situación es absolutamente imposible cerrar las brechas de inequidad. Los ricos seguirán siendo los dueños y los pobres, en el mejor de los casos, sus inquilinos. Yo no entiendo por qué la educación de calidad, un aspecto que pertenece a la dimensión política de la sociedad, es afectada negativamente por toda una nación, incluyendo a sus propios maestros que, en defensa de sus legítimos derechos, condenan a los niños a perpetuar su pobreza y su miseria.
Yo quiero hoy hacer un llamado de auxilio en favor de los niños de Colombia. Propongo que maestros, sindicatos, gobierno, parlamento y sociedad en general hagamos un pacto en defensa de los tiempos escolares; que fabriquemos el día en que, ante cualquier eventualidad nacional o local, los hospitales y las escuelas sean las primeras instituciones en ser protegidas y las últimas en ser afectadas. Sueño con el día que cerrar las puertas de la escuela a un niño en Colombia sea tan grave como negar la asistencia hospitalaria a un paciente en riesgo de muerte. Si valemos por lo que sabemos, de alguna manera privarnos del saber es otra manera de morir.
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