El pasado viernes 13 de septiembre el columnista Álvaro Gartner publicó en este mismo espacio, a propósito del 38° Concurso Caldense de Bandas Estudiantiles de Música categoría A, una columna que llamó mi atención. La tituló: “Muchas bandas, poca música”, donde afirma categóricamente que “el concurso es un despropósito”. Por sus argumentos, no dudo de su conocimiento y cultura musical y debo confesar que no soy ningún experto en música ni interpreto instrumento alguno. Espero algún día poder sacar esta pieza del pabellón de mis frustraciones.
Sin embargo, tengo a mi favor un buen conocimiento del programa, y lo califico como un gran suceso para los niños y los jóvenes de las escuelas públicas del departamento de Caldas, ponderación que surge del alma misma de los niños y sus familias, que ven cómo las notas musicales, el compás de sus acordes y la mano tendida de un maestro producen la más armoniosa de las melodías: su vida misma.
Desde mi ignorancia en las sutilezas musicales, debo reconocer que hay asuntos importantes que el programa debe revisar, como lo refiere la citada columna, y que en efecto se viene adelantando esta tarea. Cambiar el concurso por un festival, fortalecer la cultura musical de los chicos, modificar las dinámicas para acceder a los premios nacionales e internacionales son, sin duda, importantes elementos que deben ajustarse para potenciar este generoso programa. En lo que no puedo estar de acuerdo es que se descalifique de un tajo un programa que ha dado gloria al departamento, a los municipios, a las instituciones educativas, a las familias y principalmente a los estudiantes.
Expresiones como las que titula el artículo en mención -o decir que el concurso de bandas sinfónicas es un despropósito- son desconsideradas, agresivas y poco amables para con quienes han hipotecado muchos años de su vida y sus mejores esfuerzos en la vigencia de este certamen. Probablemente mi desconocimiento técnico me lleva a pensar que la música que interpretan estas bandas no es tan mala. Al fin y al cabo para quienes no sabemos, lo mismo es un bambuco que un pasillo. El asunto mejor lo dejo en manos de los expertos, a quienes desde ya los animo para que hagan sus aportes en esta conversación y hagamos de la misma un ejercicio virtuoso.
De mi parte, quiero referirme al concurso desde lo que soy: un maestro de escuela. Por eso me ocuparé de sus bondades en las dimensiones de las dinámicas escolares. Estas bandas no son de conservatorio, tampoco academias para la erudición musical; son agrupaciones de chicos de escuelas públicas, estudiantes afectados por cualquier cantidad de problemáticas psicosociales, la violencia, el desplazamiento y la pobreza, quienes muy a pesar de ese marco de desesperanza llegan a una escuela (también con sus propias carencias, limitaciones y dificultades) a interpretar mejores obras que las de sus propias vidas.
El programa de bandas sinfónicas estudiantiles del departamento de Caldas tiene además una característica importante y es que les está dando a estos chicos alrededor de mil seiscientas horas de escolaridad al año, lo que solo es comparable con sistemas educativos de la mejor calidad en el mundo. Cuando estos chicos se enganchan en las bandas no desertan, y luego de uno, dos o tres años de egresar siguen frecuentando los ensayos y acompañando retretas y verbenas. Como si todo esto fuera poco, el programa permite un avance significativo en términos vocacionales, bien sea como vocación principal o como actividad complementaria.
Dejo en manos de quienes saben el juicio y la valoración de la métrica, los compases y la apreciación musical; pero como maestro vivo a diario las bondades de habitar una escuela permeada por las notas de una banda sinfónica: ¡Qué buen propósito!
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