“Rector, ¿por qué a los niños que van bien no los tienen en cuenta para estar en la escuela en forma presencial? Ellos también quieren venir”. Esta fue la expresión de un padre de familia que pedía que su pequeña hija fuera tenida en cuenta para hacer presencialidad escolar y que, debido a su alto rendimiento y a su excelente desempeño escolar, la maestra había relegado 100 % a la virtualidad para priorizar en presencialidad a los niños que, por sus carencias y deficiencias, demandaban de manera urgente los encuentros personalizados. ¿Cómo ha cambiado la vida? ¿Cómo ha cambiado la escuela? ¿Cómo ha cambiado la educación? Veamos.
Antes, los niños sobresalientes eran tenidos en cuenta para cuanta actividad y delegación se presentaba: club de lectores, brigadas de primeros auxilios, club deportivo, grupo de teatro, grupo de danzas, centro literario, comité científico, feria de la ciencia, grupo juvenil… En fin, a los mejores de cada curso apenas si les alcanzaba la jornada para cumplir sus agendas como cancilleres escolares; de hecho, era usual que pasaran varios días sin asistir al curso porque sus compromisos extracurriculares no se los permitía. Por el contrario, los estudiantes con desempeños deficientes la única opción que tenían era el aula de clases, el desarrollo de los programas y la recuperación de todos sus pendientes académicos; por sus condiciones, no eran tenidos en cuenta en delegación alguna, aun teniendo virtudes superlativas para la actividad convocada: el mejor jugador de fútbol de la escuela se perdió la final interescolar porque había reprobado tres materias. Debo reconocer que la intención del profe siempre fue la mejor, mas no por ello andaba en lo cierto.
Hoy, y más aún en tiempos de pandemia, los esfuerzos están centrados en aquellos que han respondido de manera más deficiente a los procesos escolares o incluso que no han respondido. Buscarlos, encontrarlos, conectarlos, asistirlos y acompañarlos son tareas apremiantes e inaplazables hoy para el maestro.
Antes, los niños sobresalientes recibían como el mejor de los estímulos: abandonar la escuela, salir temprano, terminar unos días antes el año lectivo, quedarse en casa y no “tener” que venir a estudiar. Era un gran premio por su excelente rendimiento académico, mientras que aquellos estudiantes de bajo rendimiento no solo cumplían la jornada completa, sino que además tenían que asistir en tiempo extra, se quedaban hasta el último día de estudio del año lectivo, nunca se podían quedar en casa porque su mal desempeño escolar obligaba su presencialidad; la asistencia escolar era un castigo, una penosa obligación. Hoy, en cambio, ir a la escuela es un premio, ser tenidos en cuenta para la presencialidad escolar es una gran noticia para toda la familia; lucir el uniforme, empacar el maletín escolar y tomar el viaje hacia la escuela son hoy un grato placer. Para los más chicos y para los más grandes, para las familias más poderosas y para las más humildes, ir hoy a la escuela es un gran suceso que colma de satisfacción a toda la familia.
Y podríamos seguir detallando ejemplos de cómo han cambiado la vida, la familia y la educación. Extrañamos muchas cosas que casi siempre teníamos con nosotros sin ser valoradas; además, nos ha tocado acostumbrarnos a muchas otras que antes ni siquiera resistíamos por lapsos mínimos de tiempo.
Ha sido muy duro todo lo que hemos vivido. Afrontar la adversidad que nos impone la pandemia ha sido una prueba de difícil superación en todos los órdenes: físico, económico, social, cultural, laboral, profesional y psicológico. Pero estamos ante una valiosa oportunidad y nunca antes las condiciones estaban tan expeditas para transformar los ambientes con los cuales nunca hemos estado cómodos. Mahatma Gandhi decía: “Se tú mismo el cambio que tú quieres ver en el mundo”. Yo les diría hoy a mis colegas maestros, con la venia de este hombre maravilloso que nos ha dejado la historia: “Maestro, se tú mismo la escuela que tú quieres para tus hijos”.
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