Deseo traer a la memoria un video que se hizo viral a finales del año anterior. En él un pequeño de aproximadamente seis o siete años, al ser interpelado por su señora madre sobre un informe negativo acerca de sus tareas y compromisos escolares, con la espontaneidad de un niño, con loable sinceridad y en medio de sollozos y llantos, contesta: “El colegio no fue inventado por Dios, fue un señor loco que ni siquiera sabía qué hacer con los niños”. Y traigo a presente el asunto porque me parece conveniente ocuparnos de esta reflexión ahora mismo que comenzamos un nuevo año escolar. Más allá de la gracia, el chiste, el humor y la simpatía que como ciudadano de a pie pueda despertar este material, que además es válido y ponderable, quiero invitarlo a usted, amigo lector, pero sobre todo a mis colegas maestros, a leer el documento intentando desentrañar las implicaciones de esta anecdótica curiosidad, porque pienso que el contenido se vuelve trascendente cuando es analizado desde la pedagogía y, más aún, desde la filosofía misma.
La educación en el siglo XXI tiene grandes retos si no quiere seguir siendo una tragedia para los actores educativos más importantes: los niños. No en vano recuerdo al gran maestro Estanislao Zuleta: “La educación es quizá una de las mayores tragedias colombianas: una educación realizada para que los individuos no actúen, para que no sean sujetos de su historia, que es una manera de impedir, de controlar el pensar y el actuar. Una educación para la uniformidad, inhibitoria del pensamiento, el deseo y el saber". El niño del video vive sin duda una gran tragedia: una incomprensión total, una carencia de sentido en las tareas de la escuela, una angustia y una desmotivación inefables. En efecto, los maestros ponemos tareas que no enamoran, que no encantan, que no provocan, y por eso comprende uno las palabras de Zuleta cuando afirma que “uno como estudiante tiene la sensación y la convicción de que la clase es lo más indeseado del mundo, es un estado de intimidación, donde se debe permanecer atento y callado frente a algo que no interesa ni motiva. En cambio, el recreo es una maravilla, es algo que se desea, es lo contrario de la clase. ¿Cuándo ocurrirá que la clase sea tan deseable como el recreo?”.
Invito a todos mis colegas para que superemos las curiosidades y el efecto de entretenimiento del video y ahondemos en las reflexiones profundas que nos propone el filósofo Estanislao Zuleta, pues implican un cuestionamiento frontal a la tarea escolar, de la cual todos somos responsables. Ningún maestro que ejerza su vocación con idoneidad puede ser indiferente a este cuestionamiento, y hacerlo parte estructural de nuestros planes pedagógicos sería muy saludable para generar mejores ambientes de aprendizaje.
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