Acabamos de conocer la decisión que en materia de regreso a la escuela ha tomado el señor alcalde en la ciudad de Manizales. Manifiesto mi complacencia por lo ordenado como quiera que no cabe dentro de mis convicciones una escuela que se convierta en factor de alto riesgo vital, y por eso aplaudo la medida y la forma dialogada y concertada como se llegó a ella.
Nunca en la historia de la educación en este país se había enfrentado un reto más grande y desafiante. Ya hemos recorrido tres meses de educación a distancia y ahora debemos asumir cinco meses más, es decir, lo que inicialmente fue una medida temporal se convirtió en una decisión por lo menos para el año 2020. Esto tiene enormes implicaciones, toda vez que los procesos académicos y curriculares, los proyectos pedagógicos y administrativos, y la gestión de los procesos de evaluación y promoción deben concretarse y definirse a través de medios virtuales y a distancia.
La expresión “nobleza obliga” ha sido usada en la historia de la humanidad no tanto para caracterizar una condición de realeza, sino para exaltar un atributo virtuoso de un ser humano. Un ser humano noble es una persona llena de bondad, y es precisamente esta condición, esa virtud distintiva de su vida, la que lo compromete a tener actuaciones generosas y cargadas de altruismo y dignidad. Pienso que los maestros, los directivos y todo el personal que hace posible la escuela, así como los padres de familia y estudiantes, estamos llamados ahora más que nunca a tener actos de bondad y generosidad. Es una obligación moral ejecutar las mejores acciones para hacer posible la escuela. La nobleza de nuestro oficio, la dimensión trascendental de la educación, el profundo significado que tiene la escuela en la historia de vida de un ser humano, se convierten en precursores de un majestuoso imperativo: actuar con dignidad y grandeza y no ser inferiores a este inmenso reto que nos ha impuesto la vida y la historia.
Por las conversaciones que he tenido en estos días con profesores, padres de familia, estudiantes y empleados, es fácil concluir que todos tenemos miedo. Todos tememos contagiarnos y sufrimos apegos a los cuales no quisiéramos renunciar. Y eso es normal. Ante una amenaza tan latente, real y próxima, tendemos a refugiarnos en nuestros propios miedos. Y para estos tiempos mortales, ese refugio resulta saludable, porque lo contrario sería sentirse invulnerable y desafiar las fuerzas de la naturaleza sin prudencia alguna, y seguramente ya habríamos sido víctimas del fatal riesgo. Si no, veamos lo que ha pasado con algunos líderes mundiales que le han declarado la guerra al virus y menospreciado su capacidad de daño al enfrentarlo sin recato alguno. De modo que bienvenido ese miedo. ¡Qué bueno que tengamos temor! Sin duda eso nos va a comprometer a cuidarnos y nos llevará a ser vigías permanentes de nuestra seguridad y la de nuestras familias.
Pero tenemos que comprometernos con hacer muy bien la tarea en casa y tenemos que ser unos maestros excelentes en esta aula virtual. En la medida en que todos demos lo mejor y logremos una escuela en la distancia con importantes rasgos de eficiencia, será menos necesario arriesgarnos y exponernos. Si con el aporte virtuoso de todos logramos armar una gran escuela en casa, la otra, esa que ahora está deshabitada, sola, triste y melancólica, nos esperará para llenarse de alegría de color, con la única amenaza de ser contagiados por la felicidad y la esperanza.
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