Luego de quince meses de cierre de las escuelas con motivo de la pandemia de la COVID-19, y de decretarse el regreso a la presencialidad escolar a partir del próximo 6 de julio, se vive en todo el país una gran competencia por figurar en las primeras páginas de la gran prensa nacional. Municipios y departamentos quieren ser los primeros en abrir las puertas de las escuelas. A su vez, los colegios compiten por ser los pioneros en la apertura de sus aulas. Entre tanto, el Ministerio de Educación Nacional (MEN) y la Procuraduría General de la Nación emanan circulares presionando el pronto regreso y anunciando medidas sancionatorias para aquellos que no acaten la orden del regreso. En este orden de ideas, el Ministerio de Salud emitió la Resolución 777; el MEN, la Directiva n.° 5 y la Procuraduría, la Directiva 012, las cuales contienen los anuncios perentorios para el regreso.
Al respecto, quiero aceptar el sabio consejo del arriero de don Vicente Fernández: “Que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”. Considero que nos viene bien para el momento que estamos viviendo: de incertidumbre, de miedos, de riesgos. Seguramente habrá algunas objeciones respetables. Estamos de acuerdo con que volver a la escuela es un imperativo en bien de los niños. La afectación que este prolongado aislamiento del entorno escolar ha dejado en la vida de nuestros infantes es inconmensurable. Por esta razón, todos sin excepción deberíamos ser muy proactivos para hacer posible el regreso, pero como bien lo dice el sabio arriero: no es una competencia, no es una carrera, no es quien llegue primero. Es cómo llegaremos juntos, cómo arribaremos seguros, cómo combatiremos los miedos. Ahí subyace la gran diferencia.
Después de todo lo que nos ha pasado, no debemos seguir fomentando discriminaciones y señalamientos. Como bien lo dice nuestro santo padre, el papa Francisco: se trata de cruzar juntos en la misma barca estos días de tempestad y abordar la orilla lo menos rasguñados posible.
Autoridades educativas, padres de familia, profesores y directivos debemos estar comprometidos en la alianza para el regreso. Todos debemos ser muy generosos con la intención, pero muy exigentes con las condiciones. Exigir el ciento por ciento en el cumplimiento de las condiciones no puede leerse como algo negativo. Quien se ocupa de vigilar celosamente el cabal cumplimiento de esos requisitos está siendo un vigía responsable de la seguridad, la salud y la vida de todos. A veces, por correr, por llegar primero, omitimos detalles que, en esta situación específica, pueden llegar a ser fatales y cuando alguien decanta esas omisiones es señalado de opositor y contestario.
Quiero convocar a todos los actores de la escuela, incluidas las autoridades y los entes de control y fiscalización, a que sean ese colectivo que con total objetividad evalúe en detalle el cumplimiento cabal de las condiciones que estos actos administrativos contienen y sean ellos quienes impartan el visto bueno y la autorización para abrir la presencialidad en este segundo semestre del 2021. Y si llegara a suceder que una o varias de las escuelas aún no están a punto para el retorno, ¿cuál es el problema? Nos damos un tiempo y ajustamos el proyecto a los protocolos exigidos.
Todos en el país deberíamos estar profundamente comprometidos con el regreso; pero, más aún, con un retorno seguro, amable, confiable, intencionado y responsable. No podemos darnos el lujo de regresar de cualquier manera. Los niños deben encontrar una escuela cálida, afectuosa y profundamente humana. La escuela para ellos y sus maestros ya no es el edificio, no es la estructura física; la escuela para unos y otros tiene sentido en el otro, en su presencia, en su convivencia, en sus afectos. Por ello, apelo a la sensatez para que en un gran esfuerzo colectivo alistemos la escuela con la que los niños han soñado todos estos días de ausencia.
Obviamente, ese alistamiento no solo abarca condiciones físicas y ambientales, también pedagógicas, curriculares y una apuesta didáctica. Los maestros, como expertos de la pedagogía, también debemos ocuparnos afanosamente de profundos interrogantes que hoy yacen en medio de los albores del retorno: ¿qué les ha hecho falta a los niños durante este distanciamiento?, ¿qué quisieran aprender en la escuela y no pudieron virtualmente?, ¿cuáles son las principales virtudes de los maestros que los tutoriales nunca lograron reemplazar?, ¿cuál es la agenda escolar que da sentido a la presencialidad? Profes, vamos avanzando en la reflexión. De esta nos ocuparemos en nuestra próxima cita.
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