Los maestros de Colombia, y los de buena parte del mundo especialmente en Latinoamérica, llevamos décadas esperando ser tenidos en cuenta en la formulación de políticas públicas en educación y a la hora de diseñar modelos educativos que entreguen respuestas eficaces a la variada gama de dificultades por las que atraviesa la escuela. Desafortunadamente, este hecho que parece de baja complejidad no se ha dado por voluntad política de los gobiernos que históricamente han regentado estos procedimientos, excepto en 1994, cuando el Movimiento Pedagógico y la fuerza gremial de la docencia lograron inspirar, con la fuerza de la masa crítica educativa nacional, buena parte de la hoy venida a menos y devastada Ley General de Educación.
Esta equivocada realidad demuestra claramente que los maestros no hemos sido tenidos en cuenta en el diseño de los misionales trazos pedagógicos de las escuelas de la nación. Cabe entonces preguntarse: ¿por qué tanta resistencia para que los expertos en pedagogía aporten elementos que permitan una mejor escuela? Si no son los maestros los primeros llamados a rediseñar la estructura pedagógica de la escuela, ¿entonces quiénes deberían ser?
Considero que aquí se encuentra en buena parte la razón de los desaciertos del país en materia de diseños educativos: se construyen a espaldas de sus propios maestros. En Colombia, no existen los escenarios que permitan y viabilicen la participación proactiva de los pedagogos. Andamos en la escuela muy ocupados de otras tareas que no nos permiten soñar la escuela que queremos: administrar plataformas, cuidar la seguridad de los niños, mantener en sana condiciones la infraestructura física y tecnológica, atender requerimientos de innumerables entidades, resolver las múltiples angustias de los padres de familia, en fin, cualquier cantidad de ocupaciones que, si bien son importantes, no se corresponden esencialmente con la tarea misional de la escuela en su afán supremo de garantizar más y mejores aprendizajes.
Pero lo contradictorio es que esta agenda vital para la educación está siendo atendida por asesores internacionales, organismos multilaterales, empresarios y un gran número de empresarios que han visto en el sector educativo un mercado atractivo y rentable, y que gozan del beneplácito de quienes ejercen las funciones de gobierno. Es entonces de fácil conclusión decir que la escuela en Colombia está al revés: los pedagogos respondiendo por la operatividad logística y los empresarios ocupados de la agenda pedagógica.
William Butler Yeats, poeta y dramaturgo irlandés, premio Nobel de literatura en 1923 y a quien referencié también en mi artículo “Maestros custodios de la flama”, escribió en una de sus magistrales páginas: “Escuchen a los maestros a la hora de imaginar y soñar la escuela”. Una escuela que no se sueñe con sus maestros, jamás logrará responder asertivamente a las necesidades de los escolares; un país que no escuche a sus maestros no logrará fortalecer el movimiento pedagógico nacional.
Los gobiernos, los empresarios y los organismos internacionales deben ocuparse con afán en garantizar las condiciones logísticas, el equipamiento y atender las demandas en materia de infraestructura física y tecnológica de las escuelas. Agrega sabiamente Butler Yeats: “En los sueños comienza la responsabilidad”. Si permitimos que la escuela se edifique a partir de los sueños de sus maestros, este será el primer obrero en filas para su rediseño, sencillamente porque está comprometido con la construcción de su propia obra; no es la obra de otro, no es un proyecto ajeno, es hacer realidad la escuela de sus sueños. Históricamente en Colombia los maestros no hablan desde sus sueños, sino desde experiencias ajenas, modelos que han sido valorados en otros entornos son entregados a los maestros para que los aplique en su propia escuela, esta fórmula nunca será exitosa, esta vía será por siempre equivocada. Es una desgracia.
Pienso entonces que deberíamos aprovechar estos tiempos de pandemia y de reclamos nacionales para reconstruir la escuela en Colombia, pero hacerlo con maestros inspiradores, con todos aquellos que les han entregado a sus estudiantes las más bellas lecciones en procura de que ellos ganen su vida, maestros que han dejado huellas imborrables en la vida de sus estudiantes, maestros inspiradores. Ellos tienen la palabra.
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