El pasado 15 de mayo conmemoramos en nuestro país el Día del maestro. Recordemos que se honra de este modo a San Juan Bautista de la Salle, toda vez que el papa Pío XII lo nombró como patrono universal de los educadores. Permítanme unirme a ese meritorio saludo a todos los maestros del mundo, con especial interés a mis colegas en Colombia, con total aprecio y consideración a los maestros de Manizales y Caldas, pero definitivamente con entrañable efecto a todos mis profes del Instituto Universitario de Caldas.
Y lo quiero hacer compartiéndoles una bella lección que he encontrado al leer y releer miles de mensajes que circulan por el ciberespacio durante esta efeméride de la labor docente. La inmensa mayoría, cargados de emoción, reconocimiento, gratitud y añoranza; en fin, un cúmulo de sentimientos que marcan la vida del ser humano y que ha sido tatuada por la pluma de un maestro. Cuando repasamos este manantial de mensajes, encontramos que no son el fruto de un maestro que ha enseñado grandes lecciones, no se corresponden con un profe que ha compartido un sinnúmero de conocimientos; por el contrario, siempre está plasmada la huella, la impronta de un maestro que ha compartido su propia vida. “Un buen maestro no da todo lo que sabe, da todo lo que él es”. Es así como su propia vida se convierte en la más maravillosa lección que ha dejado a sus discípulos y que no son más que sabias y profundas lecciones de vida.
Pero les decía que me encontré en ese fascinante viaje por las memorias de un maestro con una bellísima lección que es precisamente la que deseo compartir con usted, colega educador, y que espero haga parte de sus nobles propósitos al momento de asumir el maravilloso reto de los aprendizajes de sus estudiantes. Profe: sea un custodio de la flama de cada uno de sus estudiantes. La flama es una masa en combustión que sale hacia arriba de cuerpos que arden destellando luz y calor.
Sabiamente lo escribió desde hace aproximadamente cien años William Butler Yeats, poeta y dramaturgo irlandés, premio nobel de literatura en 1923: “La educación no es llenar una cubeta sino es encender un fuego”. Ese fuego es la flama. Hay que avivar en nuestros estudiantes la flama del asombro, de la pasión, de la curiosidad; la flama de los aprendizajes, de la creatividad y del pensamiento crítico.
Las tareas sin sentido, los contenidos inútiles, las sosas agendas de la escuela, precisamente, carecen de flama, no arden, no inspiran, no provocan, no seducen. Y la flama, el fuego, la inspiración y la provocación son la causa fundamental de los aprendizajes. El frío en el corazón, la gelidez en las motivaciones, generan el rechazo a la asimilación y la aprehensión, quien quiera que sea el sujeto.
Mi invitación entonces, apreciados colegas, es no solo a provocar la flama de nuestros estudiantes, sino también a ser custodios de ella. La flama es desafiada por multiplicidad de factores, y allí deben estar maestro y familia protegiéndola, cuidando de ella como celosos vigías, porque unos y otros estamos convencidos de que solo así podremos celebrar los triunfos y protegernos de las tormentas, cuando logremos ser custodios de las flamas de las mentes y los corazones de nuestros estudiantes.
Plutarco, historiador, biógrafo y filósofo, escribió en Moralia una lección muy similar: “La mente no es un vaso por llenar, sino un fuego por encender”. Maestros, no llenemos vasos, no colmemos más cubetas; encendamos el fuego, avivemos el alma, enaltezcamos el espíritu de nuestros estudiantes y provoquemos el descubrimiento de provechosos aprendizajes. Démonos la oportunidad de sentir los destellos de luz y calor que produce la flama en nuestros estudiantes, cuando la emoción de aprender nace de sus propias inquietudes. Profe, “tal vez si dedicamos menos tiempo a enseñar habrá más tiempo para aprender”.
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