El pasado 5 de octubre se conmemoró en nuestro país el día del directivo docente. Deseo rendir un homenaje de consideración y admiración a todos los docentes directivos de Colombia y del mundo; de consideración, primero, por su encomiable tarea, y de admiración, luego, para quienes la hacen con delicada dignidad y celo vocacional.
A decir verdad, la tarea de la dirección escolar, por lo menos en Colombia, constituye, si no el más, uno de los cargos más sui géneris, pues al director se le asigna cualquier cantidad de responsabilidades en los resultados educativos que tienen que ver con la calidad, la cobertura y la pertinencia. Pero el mismo sistema educativo, en términos de política y direccionamiento estratégico, es anacrónico y el Congreso de la República no se ocupa estructuralmente del sistema educativo de la nación hace más de 150 años. La Ley General de Educación de 1994 generó cambios importantes en el sistema educativo, pero no alcanzó a intervenir asuntos medulares como el plan de estudios, por ejemplo; es algo así como responder por los resultados, pero sin la posibilidad de intervenir las variables del proceso. Suena ilógico, absurdo e irracional, pero es así. De ahí se desprende la complejidad de la tarea de la dirección escolar. Los encargados de dirigir el sistema educativo nacional no han entendido el rol determinante de los directores escolares en el éxito de la tarea, han ignorado este eslabón de la cadena y por allí podemos encontrar una buena parte de las causas del fracaso de la educación.
Precisamente por esa tarea titánica y malabarezca, quiero hacer un reconocimiento a los directores escolares a través de algunas ideas de calificados autores que, en el escenario nacional, se han ocupado del tema y han llamado la atención del alto gobierno para que se ocupe de un renglón de la política educativa que hasta ahora ha sido no solamente desatendido, sino que además se le ha atropellado al asignarle un sinnúmero de funciones, muchas que no son de su competencia, y que instalan de una vez los sensores de la fiscalización y la auditoría para que no quede más opción que el cumplimiento, aunque sea a alto riego de equivocación.
Carlos Miñana Blasco, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, escribió en 1955 un texto titulado En un vaivén sin hamaca: La cotidianidad del directivo docente del Programa de Fortalecimiento de la Capacidad Científica de la Educación Básica y Media. El texto deja entrever enfáticamente a un directivo que en soledad debe hacer muchos malabares para mantener un equilibrio en medio de las múltiples fuerzas que recaen sobre él. Superior y subordinado, es a la vez el jefe de la escuela y el último eslabón del sistema educativo; además, debe obrar autónomamente y llevar a su escuela a la autonomía bajo la presión de las exigencias de los representantes gubernamentales de turno, los sindicatos, los padres, las comunidades y algunas veces los propios estudiantes.
El maestro Francisco Cajiao se ha ocupado del tema en sus columnas de opinión, y en febrero de 2013 escribió, a propósito de los rectores: “De la buena marcha de un colegio depende que se desarrollen las capacidades académicas de las nuevas generaciones, su disposición a la convivencia, el gusto por la lectura, el interés por el bien común y el cultivo de los mejores talentos. (…) Ser rector de un colegio no es, entonces, una responsabilidad trivial. Bajo su tutela se desarrolla un proceso complejísimo de desarrollo humano, que involucra a maestros, familias con historias de una diversidad inimaginable, solución permanente de toda clase de conflictos, procesos pedagógicos tan heterogéneos como requieren las diversas edades de los estudiantes y las marcadas diferencias en sus formas de aprendizaje”.
Finalmente, el maestro Julián de Zubiría, analizando los cuatro aspectos neurálgicos que el alto gobierno debería intervenir para mejorar la educación en Colombia, en septiembre de 2018 citó el caso de los directores escolares en los siguientes términos: “La tercera medida tiene que ver con transformar a los rectores, actuales líderes administrativos, en líderes pedagógicos. Hoy por hoy, los rectores son expertos en procesos legales y en resolver asuntos administrativos, pero (…) paradójicamente se han distanciado de la reflexión pedagógica, generando muy negativos impactos en la calidad. El país debe pensar seriamente en dotar a los colegios de asistentes administrativos, con la condición de empoderar a los rectores como verdaderos líderes pedagógicos. (…) El rector es el llamado a asumir esta tarea. De lo contrario, tendremos la paradójica situación de barcos en los que los capitanes permanecen en tierra y le tienen miedo al agua”.
Fraternal abrazo, colegas.
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