Verónica cursaba noveno grado en un colegio público de la ciudad. Era introvertida, callada, algo indescifrable en su comportamiento, y vivía en condiciones familiares de alta vulnerabilidad económica y social. Se sostenía académicamente dentro de niveles muy básicos, más como incidencia y afectación de asuntos socioemocionales que de equipaje intelectual, porque a fe que tenía mucho más.
Un día llegó con una crisis al colegio, era muy notoria su afectación y fue atendida. Su cuadro psicoemocional era crítico y sin tregua. En la noche anterior, se había cortado uno de sus brazos con una cuchilla y había tenido un intento de suicidio. El colegio activó las rutas de atención, que involucra todas las entidades encargadas de velar por la protección de la niñez y la juventud. Citas, exámenes, entrevistas, medicamentos y controles estaban al día, pero no lograban mejorar el estado anímico de Verónica, quien seguía practicándose el cutting como desahogo a sus frustraciones.
El profe de educación física se percató e interesó por el caso, y solicitó autorización para intervenirlo. Desde entonces se inició un proceso de recuperación casi inmediata de la niña, quien rápidamente descubrió en su profesor a un ser humano que la escuchaba, la entendía, la protegía, la ayudaba y le ofrecía otra manera de enfrentar sus crisis, sus temores y angustias: el deporte. Él encontró, además, que la identidad sexual atormentaba a Verónica, quien estaba enamorada de la niña más bonita del grupo, pero esta ni siquiera como amiga la veía con buenos ojos: era un patito feo.
El profe Julio dirigía el equipo de baloncesto que participaba en los juegos intercolegiados, y como parte del tratamiento la invitó a practicar con el equipo y a que hiciera parte de los entrenamientos. Este fue el comienzo de un proceso de franca recuperación. Asimismo, revisaba periódicamente los brazos de la niña y de vez en cuando la veía lacerada. “Si no te vuelves a hacer daño y cuando de esto solo queden las cicatrices, te pongo en un partido de campeonato”, le dijo. Esta promesa, además, era un estímulo a su perseverancia y disciplina: Verónica llegaba de primera a los entrenamientos y nunca faltaba, pero como no era una niña de proceso, sus condiciones competitivas eran mínimas a pesar de su gran y notable esfuerzo.
Llegó el día. Ella jamás se volvió a hacer daño, y en sus brazos y piernas solo quedaron cicatrices que son testigos de su pasado. El profe decidió cumplir la promesa. Se jugaba una semifinal en el campeonato intercolegiado. El partido estaba muy apretado, con una diferencia de uno o máximo dos puntos, a veces a favor, a veces en contra. El último cuarto avanzaba por la mitad, el profe estaba angustiado no solo por el marcador, sino también por Verónica, a quien tenía que ingresar. Pero las mínimas diferencias no le permitan tregua. A pesar de esto, tomó la decisión, pidió el cambio y Verónica entró a la cancha. “Lo hice convencido de que podía perder el partido, pero igualmente seguro de que, si no lo hacía, se perdía mucho más: una vida”.
Recuerdo perfectamente el episodio. En un momento del partido, Verónica recibió el balón fuera de la bomba, miró al profe, quien nunca le perdió la mirada y le hizo señas de lance. Ella giró su cuello, miró el aro y lanzó con total convicción, con una seguridad inesperada que le permitió una canasta de tres. Fue una sensación indescriptible. El profe Julio saltó de la emoción y ella lloró como si con este acierto hubiera terminado la horrible noche de su vida. ¡Ganamos el partido!
Verónica organizó unos conversatorios de liderazgo, fue personera estudiantil, se ganó una beca para cursar estudios de educación superior en cualquier universidad del país y egresó con meritorios honores.
Hace pocos días volvió a su colegio. Próxima a terminar su pregrado, es una persona feliz, con un presente maravilloso y un gran futuro. Hoy es una bella mujer, y no sé dónde quedó aquel patito feo. Al lado de su pareja ha tejido sueños que le han permitido borrar un pasado repleto de angustias, pero que cambió en un partido de baloncesto, en un coliseo, al lado del profe Julio, quien tatuó su destino. Huellas que permanecen imborrables y no dejan ver las cicatrices de sus desgracias. Así como el video de su memoria permanece incólume, también la imagen viva de la cesta que cambió su vida para siempre.
Profe Julio, Verónica tal vez no ganó la prueba de baloncesto, pero sí aprobó con merito el examen de su vida. Usted entendió eso, y puso entonces la mejor nota.
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