Cuando se refieren a temas relacionados con la educación, es común escuchar a las autoridades gubernamentales nacionales, regionales y locales sobre su noble intención de cerrar las brechas entre la calidad de la educación oficial y la privada. Noble propósito que, si bien es cierto que hasta ahora algo avanza, sigue siendo una tarea pendiente. Una de las grandes causas de esa distancia entre ambos sectores, cuyas implicaciones son muy significativas en el indicador de la calidad, está relacionada con los tiempos de escolaridad. Es incuestionable que, a mayor tiempo de escolaridad, mejores son los resultados. Lo cual está probado en los diferentes sistemas educativos del mundo.
Particularmente, me causa gran pena la baja protección que tenemos con los tiempos de estudio de los niños en la educación pública, máxime cuando no es un secreto que estos tiempos en la actualidad son bastante bajos. Pero si a esto le sumamos la liberalidad con que se manejan los tiempos de licenciamiento de los estudiantes, el sentimiento no puede ser menos que la angustia y la desesperanza. En Manizales, por ejemplo, la diferencia de tiempos de estudio entre el sector oficial y el privado en lo que llevamos del 2019 es de cuatrocientas horas. Los colegios del sector privado han estudiado mil doscientas horas, mientras que en el sector público, en el mejor de los casos, apenas llegamos a las ochocientas; y digo en el mejor de los casos, porque de esa cifra no se han descontado las afectaciones por incapacidades, licencias o permisos de los docentes. Esto equivale a decir que en lo que va corrido de este año lectivo, los chicos de los colegios oficiales en la ciudad de Manizales han tenido solo el 67% del tiempo de escolaridad de los colegios privados.
Como maestro y con la pasión que me despiertan los asuntos de la agenda escolar, me pregunto: ¿Cuándo será el día? ¿Cuándo será el día que no se tengan que mandar a los niños para la casa porque aún no ha llegado su maestro? ¿Cuándo será el día que dejaremos de tirar a los niños a la calle porque sus maestros están en paro? ¿Cuándo será el día que los niños no pierden estudio porque la escuela está ocupada con damnificados? ¿Cuándo será el día que no se interrumpen las clases porque no hay transporte escolar? ¿Cuándo será el día que no se suspenden las actividades académicas porque no hay restaurante escolar? ¿Cuándo será el día que no se retrasan las clases porque la profe está incapacitada y no ha llegado su reemplazo? ¿Cuándo será el día que no se pare la escuela porque los profesores están en capacitación? ¿Cuándo será el día que los tiempos de estudio sean una prioridad para todos? ¿Cuándo será el día que proteger los tiempos de clase sea un imperativo social? ¿Cuándo será el día que suspender la escuela sea igual o más grave que suspender el servicio de agua o de energía eléctrica?
En fin, me pregunto cuándo será que toda la sociedad le dará a la educación el lugar que se merece, más allá de retóricas, discursos, promesas y buenas intenciones, y cuándo asumiremos la trascendental misión de cambiar realmente a los seres humanos en busca de un mundo mejor, porque como lo sugiere Paulo Freire: “La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”.
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