Desde hace algunos años, se han venido extinguiendo de las escuelas los profesores que siembran terror a sus estudiantes para demostrar su superioridad cognitiva y su autoridad. La calificación era el arma más poderosa para hacer viable su gobernabilidad en el aula. Son los mismos que, en lugar de despertar en sus estudiantes la curiosidad, el interés y la alegría de ir a la escuela, les generan ansiedad, timidez y temor. Sin embargo, después de la pandemia, estos profes han quedado sin espacio alguno en la escuela y han tenido que optar por dedicarse a otro oficio o, en su defecto, modificar sustancialmente sus prácticas pedagógicas incorporando en ellas las más modernas lecciones de las pedagogías positivas, es decir, enseñar con el filo de la emoción y hacer del cultivo de las emociones una de las principales estrategias formativas.
Durante muchas décadas, la escuela padeció el influjo de esa corriente del terror que tanto daño nos hizo a centenares de personas. Basta con recordar por un momento si como estudiantes tuvimos que someternos a algún “profesor cuchilla” y cuáles cicatrices dejaron en nuestras vidas. Este ejercicio no es difícil y estoy casi seguro de que a la memoria se nos viene una imagen, sobre todo si fueron varios los profes que en nuestra vida estudiantil nos hicieron padecer los efectos de sus necias exigencias.
Pero con la pandemia una lección ha quedado clara: lo más importante es la conservación de la vida y, con ella, de la felicidad. En efecto, los niños felices dan mejores resultados, y por eso atender las emociones, el interés y la motivación se ha vuelto más importante y prioritario que el aprendizaje específico de las disciplinas del saber.
Si bien es cierto que los niños en las escuelas y los trabajadores en sus empresas tienen el deber de estudiar y de trabajar, respectivamente, no es menos cierto que ambos tienen derecho en sus propios ambientes a ser felices, bajo la convicción de que esto los hará más saludables y productivos. En Japón, por ejemplo, un país al que se le reconocen y admiran tantas virtudes en materia de productividad, innovación e investigación, los jóvenes no soportan los altos estándares en su modelo de vida y sus elevadas exigencias, al punto de que es la nación con la tasa más alta de suicidio juvenil. El mayor número de casos se presenta hacia finales de agosto y principios de septiembre, época que coincide exactamente con el inicio del año escolar. Esto nos debe llamar la atención, máxime cuando las investigaciones concluyen que el temor al fracaso y la evasión a convertirse en una vergüenza nacional están llevando a los jóvenes a tomar la fatal decisión.
Es necesario y urgente incorporar en los aprendizajes el manejo inteligente de las emociones. Las vivencias y experiencias que realmente emocionan a nuestros estudiantes no pueden estar pasando solo por fuera del colegio. Tenemos que convertir la escuela en un centro donde gravita buena parte de la vida emocional de nuestros estudiantes. Cuando los niños se enfrentan a ambientes académicos que cercenan y sacrifican sus talentos, sus pasatiempos y sus intereses, se genera un alto nivel de frustración, estrés y ansiedad. Y por eso estamos convocados a hacer todo lo contrario, para que el niño aprenda a ser feliz y tenga las herramientas e inteligencia emocional necesarias no solo para resolver las diferentes situaciones de su contexto escolar, sino también para ganar confianza en sí mismo, tranquilidad y seguridad.
A propósito, ¿la felicidad se aprende? Estudios especializados y rigurosos concluyen que el 50 % del índice de felicidad es aprendido de los entornos que lo posibilitan, en tanto que el otro 50 % es hereditario. Por esta razón, la Universidad de Harvard tiene en su plan de estudios una cátedra sobre la felicidad, que ha sido de las más solicitadas en los últimos tiempos. De modo similar, algunos colegios en Colombia han implementado esta innovación curricular, y de ello hablaré en nuestro próximo encuentro. Por lo pronto, dejo una pregunta para la reflexión: profe, ¿pasa algo en su clase que sea realmente emocionante para sus estudiantes o tal vez lo más interesante para ellos es pensar en el recreo?
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