Guglielmo Ferrero es el autor de un libro profundo sobre “El Poder”. Tiene múltiples facetas para desmenuzar morosamente.
Se ha dicho que las religiones se sustentan en el miedo. Todas, dentro de sus taumaturgias, tienen trasfondos con interrogantes indescifrables. Para gozar de la vida eterna -se predica- hay que purificar las congojas morales, resistir el embrujo de las tentaciones, implorar perdón después de las caídas, limpiar el alma de pecados.
Los que cacarean una religión de látigos, pronostican que los réprobos, cuando se mueran, sufrirán encierros en antros pestilentes, tendidos en trizas de chatarra metálica, furiosamente ígneas, con satanás armado de un trinchete para remover las carnes calcinadas. O los ven como víctimas del suplicio de Tántalo. Sumergidos en lodazales de estiércol, gritando porque tienen hambre que jamás se sacia, arañando sus cuerpos porque -desesperados- no encuentran agua para la sed que los desgarra. Dante pintó el averno con acuarelas de espanto.
Mentira. El Santo Padre Juan Pablo, hoy en los altares, nos liberó de ese tremendismo vesánico. Ni el cielo ni el infierno tienen espacio físico en el más allá.
Escribió Ferrero: “El miedo es el amo del universo viviente”. Los dictadores son medrosos. Coartan libertades, imponen silencios, inventan tormentos, aplastan con sus botas. Pero mientras más estrangulen y atajen las expresiones del pueblo y más fuerte sea el ruido de las cadenas y la amenaza se convierta en viático del cada día, más honda, peligrosa y explosiva es la brecha que separa al gobernante de los gobernados.
Los tiranuelos se alimentan de temores reales o imaginarios, porque se sienten inseguros. No los obedecen. Los temen. Se suicidan cuando utilizan el miedo para la opresión. Pueden transitoriamente enarbolar terrorismos, expandir amenazas, llenar los panópticos con los perseguidos. Pero tarde o temprano el pueblo estalla. Con gráfico realismo dijo Napoleón: “Puede hacerse todo con las bayonetas, salvo sentarse encima”.
“Aquí no nos quiere nadie” fueron las palabras que le dijo don Simón Bolívar a José Palacios su ayudante, el 8 de mayo de 1830 cuando en medio de rechiflas abandonaba para siempre Santa fe de Bogotá. La guacherna de los bajos fondos sociales vociferaba insultos de alcantarilla y otros se asomaban a las ventanas para gritarle “adiós longaniza”. La gente estaba fatigada con el autoritario ejercicio de la autoridad que había convertido en autócrata al egregio Libertador. Fue melancólico ese recorrido en un desmirriado bergantín por las aguas del rio Magdalena, enfermo él, ensimismado en sus desventuras. Sin embargo, los ribereños fueron entusiastas en la extroversión de sus sentimientos y algunos copetudos granadinos lo halagaron con aplausos. Bolívar saboreaba la acidez del poder y casi solo, bebía la cicuta del olvido.
Saddan Husseim de Irak, aplaudido por la gleba, olímpico, amenazaba con la “madre de todas las batallas” refiriéndose a su capacidad militar para liquidar a sus enemigos. Destruido su poderío, lo sacaron de una cueva, sucio, con lánguidas ojeras de un amarillo pálido, con barba enmalezada, en donde se escondía como un cobarde. Noriega se creía invencible en Panamá. Los marines gringos lo alzaron como un bulto, lo tiraron a la carrocería de un camión y engrillado pasó el resto de su vida. Triste destino.
Luis Guillermo Giraldo en su libro “Contrapuntos. Del poder y de la fama” casi con desprecio, se refiere a Mussolini y a la “achicada calidad humana de este figurón”. Giraldo Hurtado, con diserta sabiduría pedagógica, enseña que “La génesis de la dictadura es el miedo”. El italiano fue un comediante pusilánime. Así relata este escritor el triste final del farandulero de opereta: “En el muro de la Villa Belmonte les dieron a él y a Claretta los tiros de gracia. En Milán, donde se habían iniciado los fascios, quedaron expuestos, como material de carnicería, los dos cadáveres pisoteados, desfigurados y escarnecidos por las gentes”.
Escribió otro ensayo el ilustre manizaleño sobre “Iván el terrible y una tradición rusa: el poder del miedo o el miedo en el poder”. Es un trabajo prolijamente documentado. Con Henri Troyat -los dos- hacen recuentos espeluznantes de cómo en Rusia se maneja el poder con sacudimientos de prostitución y crimen.
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