No sé qué me da más pena con ustedes, si haber escrito mal “chaise longue” en mi anterior columna o haberles confesado, en otra, que compro chino a domicilio desde china.
Ya lo de mi columna pasada se quedó así, eso no tiene solución. Pero lo de comprar chino sí. No lo vuelvo a hacer, aunque todavía me faltan por llegar algunos pedidos y no los voy a devolver, serán los últimos, lo prometo. De todas maneras ya me tenían aburrida esos chinos que no mandan lo que uno pide sino lo que tienen.
Aunque no fue eso lo que me hizo arrepentir de haberlo hecho. La semana pasada los comerciantes colombianos de textiles y calzado realizaron marchas en Bogotá y otras ciudades para protestar por las mercancías chinas que entran al país a precios absurdos y que los tienen quebrados. Los vi por mi televisión -made in China comprada en Colombia- con hambre y desesperación en sus rostros. Personas que le han entregado sus vidas al negocio familiar y ahora les toca cerrarlo porque es imposible igualar los precios con los de la competencia china que cuestan hasta cinco veces menos. Empresas pequeñas que han tenido que despedir a sus trabajadores y ahora trabaja solo el dueño a media marcha. Y grandes empresas también, que tienen que aplicar esta lógica: si las ventas se han bajado el 60% quiere decir que sobran el 60% de los empleados.
No puedo evitar mirar mis zapatos chinos, que por supuesto me quedan chiquitos, y pensar que por comprarlos estoy matando de hambre a varias familias de mi país. ¡Y bien malos que son! Aunque eso no es lo que importa, lo que duele es el daño que hago cuando no compro colombiano. Porque si bien es cierto que unos zapatos hechos a mano en el barrio Restrepo de Bogotá duran toda la vida, no es eso lo que me mueve a dar el paso de renunciar a comprar chino, es la cara de tristeza de mi gente trabajadora parada frente a su local con un letrero de Se vende. Aconsejo a estas empresas y dueños de negocios que no argumenten a sus clientes que les va a durar toda la vida, porque los compradores profesionales no queremos eso. Qué carajos hago yo dentro de diez años con unos zapatos como nuevos pasados de moda. Y lo peor, como ya tengo zapatos para los próximos diez años no puedo comprar más porque no los necesito, y lo bueno es eso: comprar. Y comprar fashion. Yo no quiero una blusa que dure más de lo que dura la moda. Si ya tengo la blusa blanca, que hay que tener en el closet, no podría comprar más blusas blancas porque esa me va a durar hasta que me muera ¡qué horror! Si se trata es de comprar muchas blusas blancas de acuerdo a las tendencias de la moda, y si son a buen precio, boto la vieja y compro nueva, y eso es la felicidad; no llenar el closet de ropa finísima que tendré que usar cuando me entierren.
Así es que me libero del yugo del ahorro, y vuelvo a comprar colombiano, qué dicha. Eso de esperar más de un mes por unos zapatos baratos y cuando llegan comprobar que también me quedan chiquitos así haya pedido talla cuarenta, se acabó. No más eso de pedir talla XXL para que llegue XS. No más cuentos chinos, ni gringos ni extranjeros, vuelvo a mis raíces, compro colombiano. El mejor algodón, el mejor cuero, lo mejor del mundo, que es lo que producimos nosotros. Y la mano de obra colombiana, que hace las cosas con amor, con orgullo y esperanza. Todo lo tenemos. A mandar esos chinos a la cochinchina y aprovechar la mejor materia prima y humana del planeta, que es la nuestra.
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