Mi hermana Ángela dijo ayer que yo soy la prueba viviente de que la gente sí cambia. No sé si lo dijo para bien o para mal, pero creo que fue con buena intención, y además, empeorar sería difícil. Aunque no vayan a creer que soy mejor ahora, solo distinta. Y me acepto así, otra, yo misma, pero otra. No sé muy bien qué pasó. Tal vez los años. Y cada uno que ha pasado me acerca más a la otra, sin alejarme de mí del todo, aunque a veces, cuando me recuerdo, no me reconozco. Lo bueno es que la otra no tiene memoria, aunque dicen que la tuve. También me han contado que les decía a los amigos que yo pruebo de todo y lo que me gusta repito. Eso es lo más absurdo, ni me acuerdo de esa frase, quién sabe de dónde la saqué, el caso es que hoy no pruebo nada. No sé si es que ya lo probé todo o si se han inventado muy pocas cosas últimamente pero lo que me gustó ya me gustó, y a la otra no le gusta, ni atraviesa un túnel sin saber qué hay al otro lado. La otra sabe lo que le gusta y lo que no. Y hay muchas cosas que nos siguen gustando a ambas.
El ron no, ningún trago fuerte. Me saben horrible y me sientan peor. Conservamos el gusto por el vino. Amanecer no, más bien anochecer. Aventuras no. De ninguna especie. Aventurera de Agustín Lara se conserva para siempre. Bandoleros tampoco, ni en canciones. Y así, media vida al contrario. Cómo será que ahora disfruto más la compañía animal que la humana. Ya ni me gustan los niños, que me encantaban, ahora la otra prefiere perros y gatos. Le gustan más los seres agradecidos. Esa es la vida, cada segundo cambio inminente. La otra no va sola a las fiestas, hace las fiestas sola. Es que ni sabe qué hacer para parecer contenta. No es fácil con el peso de la vida llegar feliz a todas partes. Pero contenta, lo que se dice contenta, está en la casa. Es como si la otra se hubiera autosecuestrado para volverme libre. Aunque no del todo, sigo ahí, desempeorando. Para bien y para mal.
Creo que el cambio empezó cuando supe que tenía hígado. Luego supe que tengo alma, sangre y raíces, después dejé el afán, busqué el silencio, encontré algo de calma y ahí me quedé a encontrar paz en el corazón. No quiero prisa, ni tormentas. Apenas logro decir no, soy mía, y me gusto. Mis recuerdos me enseñan lo que soy. Cuando se despide uno de los seres amados cambia la perspectiva de la existencia. Ellos se van y yo me quedo, por un poco más, me quedo, pero ahora siento en la piel que me voy a ir también, cada día es uno menos, la muerte humaniza a cualquiera que se haya creído inmortal. Y después de los cincuenta agonizamos todos. Y entonces también supe que tengo compasión. Por la vida, toda la que existe en el planeta. Por eso ya no me gusta la pólvora, y la otra, dicen que prendía volcanes en la sala de la casa. La otra no tenía vergüenza y era tan irresponsable, que por plata, hizo una de las peores cosas que se pueden hacer por plata: trabajar como empleada. Sí, la otra que era yo, porque más bien yo soy yo ahora, y antes era otra. Yo bailo con la otra, canto, amo, sufro, aflojo, presiono, trabajo, pienso, corro y camino siempre con ella, pero ahora soy esta, fusionada con mis pérdidas.
En el 2019 pienso vivir conmigo y con la otra, y con mi familia, todo lo que traiga amor y calma, incluido el dolor que no se quita, pero en busca de la felicidad, que ahora es un instante en silencio, un segundo de satisfacción, un minuto de tranquilidad, un momento de amor verdadero, un poquito de ternura, mirando para adentro, a los recuerdos, donde siempre hay respuesta.
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