Cuarenta y cuatro años después y todavía andan por ahí, en varias salas forenses del mundo, alguna muela tuya, una uña o quizás un pedazo de tu piel de amante eterno. Científicos del mundo entero han analizado durante años tu sangre revolucionaria y temerario corazón. Quieren saber todo de tu muerte, como si te hubieras muerto, como si no supieran que tú eres alma, fuiste y serás alma, para siempre.
Cuesta imaginar que tienes un cadáver. Que ese, tu cuerpo que dejó de respirar un 23 de septiembre del año 73, desde entonces ha tenido menos paz que tu corazón ardiente. Te moriste de tanta vida, tanto amar, tanta hermosura, mi adorado Pablo Neruda. Dijeron que de cáncer de próstata. Y a ese cuerpo de piel tuyo lo han enterrado cuatro veces. Ese cuerpo de labriego salvaje, como lo llamaste, ha sido enterrado y desenterrado más veces que tus nombres, Ricardo Eliécer Neftalí. Y está sepultado también con esos nombres, porque tú, Pablo Neruda, no morirás mientras el amor de los que se aman exista en este mundo.
Médicos forenses han analizado tu cuerpo palmo a palmo para llegar a conclusiones que cambian tu historia, y la de Chile y el mundo entero, pues como dijo García Márquez, eres “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma” y saber ahora que no te moriste de próstata sino de prócer, es una verdad más acorde con tu vida. Una realidad que recae sobre la dictadura militar de Pinochet y que no extraña a nadie teniendo en cuenta una serie de circunstancias agravantes, como que tu muerte fue doce días después del golpe de Estado que también acabó con la vida de tu entrañable amigo y camarada Salvador Allende. Que tu partida sucedió un día antes de tu esperado exilio a México, país donde querías recuperarte y encabezar la oposición internacional a la dictadura que desangraba tu patria. En el caso de Allende, otros análisis en 2011 establecieron que el mandatario sí se suicidó durante el bombardeo de los militares golpistas contra el palacio de La Moneda, pero, en el caso de su exministro José Tohá, los estudios determinaron que no se suicidó sino que murió estrangulado mientras estaba internado en el Hospital Militar de Santiago en 1974. Y la investigación de la muerte en 1982 del expresidente chileno Eduardo Frei Montalva, arrojó en 2009 que no fue por una septicemia, sino que fue envenenado, en la clínica Santa María, la misma en la que le regalaste al aire tu último suspiro.
Estafilococo dorado. Una bacteria agresiva y letal con nombre de pez de mar pacífico, al parecer fue lo que te inyectaron en la tal Clínica Santa María cuando te encontrabas en la habitación 402, solo, sin tu bienamada Matilde Urrutia ni tu fiel chófer y amigo Manuel Araya, quienes se habían ido a tu casa de Isla Negra a traerte ropa y libros. “Me pusieron una inyección y me estoy quemando por dentro” les dijiste, por lo que se devolvieron raudos a la clínica en la que un médico le dijo a Manuel que necesitaban una medicina para salvarte, y cuando la fue a comprar lo detuvieron, lo golpearon y le dispararon en una pierna para luego dejarlo tirado en el Estadio Nacional, lugar donde la dictadura enviaba a los opositores para desaparecerlos.
Te asesinaron. Tú lo supiste. Todos lo sabían. Y ahora la ciencia lo prueba. Tu chófer se salvó, Matilde también, y tú de morir de próstata, pero no de amor. Tu amor por la libertad, la paz y la democracia es lo que te ha llevado ya cuatro veces a la tumba. La primera en el Cementerio General de Santiago en 1973, la segunda en 1974 en el mismo cementerio en otra tumba mucho más sencilla, la tercera en 1992, dos años después de la caída del régimen de Pinochet cuando te llevaron por fin, con el cuerpo de Matilde, a cumplir tu voluntad de descansar junto a ella en la casa de Isla Negra frente a tu mar Pacífico, y la cuarta, otra vez allí, después de tres años de investigaciones y de ausencia de la ausencia, donde reposas desde abril de 2016 otra vez junto a ella para cumplir tu deseo: “Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo iremos confundidos en una sola muerte a vivir para siempre la eternidad de un beso”.
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