De qué más voy a hablar hoy si no es del papa. Y me declaro seguidora de este argentino, casi tanto como del uruguayo Pepe Mujica. Y no entiendo cómo es que hay gente que todavía se queja de su visita, o por el costo o por el tinte político o por otras razones egoístas que se inventan. A esa gente tan preocupada porque se gasten unos millones que más bien podían ser robados por ellos o por otros, les digo que son muchas más las utilidades que recibe la economía por su presencia en el país que los gastos que ocasiona, y que por mucho que se gaste en atender al papa jamás se compara con lo que se roba a diario la corrupción campante. Y a los que acusan un tinte político les doy la razón, porque el mayor tinte político -en el mal sentido de la palabra- se lo pone nuestra ultraderecha rimbombante, que no lo quiere porque Francisco es un papa progresista. Y un revolucionario. Por eso se me parece tanto a Mujica, que también hubiera podido ser papa pero fue presidente, como Jorge Mario Bergoglio pudo ser presidente pero es papa.
Basta oírle lo que piensa. Verlo amar a la gente con su sonrisa. Sentir su bondad sin límites. Y claro que tiene tintes políticos, todo lo que hace una persona en público los tiene, todo lo que hacemos, cómo nos relacionamos con los otros, la manera en que saludamos cada mañana al portero del edificio o a la empleada del servicio es un acto político. Y también religioso o espiritual, pues nuestros actos reflejan lo que sentimos en el alma. La bondad, el respeto, la misericordia, la compasión, vienen de nuestros corazones y al manifestarlos los convertimos en actos políticos que nos definen como seres sociales y humanos.
Como dijo Francisco en la misa de Villavicencio ante 650.000 fieles “basta una persona buena para que haya esperanza y cada uno de nosotros puede ser esa persona” ¿Es un pensamiento político? ¿Religioso? ¿Revolucionario? ¿Está hablando de la corrupción? ¿O acaso está hablándome a mí? Las palabras del papa pueden ser interpretadas como cada quien considere, pero después de oírlas nadie puede ser indiferente y no pensar en la profundidad, claridad, humildad y sinceridad de su mensaje. Así pues que el que tenga oídos para oír, que oiga. Y el que diga que se va el papa de aquí y no pasó nada es porque no tiene oídos, ni corazón.
Él no vino solo a repartir bendiciones, el mensaje más importante que nos trae es de reconciliación. Ha tratado de decírnoslo de todas las formas, hablando de Juanes y García Márquez, del himno nacional, de Dios, de la Virgen, las mujeres y la vida: “Los árboles están llorando. El mar está marrón mezcla de sangre con la tierra” como dice la canción Minas piedras, de Juanes, que recordó en Villavicencio al pedir reconciliación también con la naturaleza. En Bogotá dijo: "Por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren, mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad y de dignidad, porque ellos que entre cadenas gimen sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz” Y también dijo a propósito de la reconciliación: "Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Si este mensaje de amor, perdón y reconciliación, que es político y es humano y es real, no toca el corazón de los colombianos, es porque nos merecemos el infierno. Digamos que no importa que venga del papa, es el de un hombre inteligente que viene desde muy lejos a hablarnos desde el corazón y la generosidad de su alma. Tampoco importa qué religión profesa o sí es o no el representante de Dios sobre la tierra. Yo voto por él.
Y no entiendo por qué a su llegada al llano la gente le gritaba: ¡Francisco, amigo, él ya no está contigo!
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