La violencia y las guerras habitan con la humanidad desde tiempos inmemoriales. Y todavía no sabemos cómo resolver conflictos y diferencias, sin apelar al odio y a la venganza. La crueldad se cocina cada día por todas partes, y sigue con realizaciones de temeridad estremecedora. La medida de los crímenes es hoy más palpable y dolorosa, por cuanto la velocidad de información hace que todo se conozca al instante, primero lo malo que lo de apreciar en forma constructiva.
Pero no faltamos los utopistas, desde Sócrates, en creer que la conversación, el diálogo, la controversia, el debate, son las maneras más apropiadas para fortalecer la educación y formar condición humana favorable a la comprensión, con respeto en las diferencias. La educación tiene que ser el camino para aclimatar la idea de convivencia, y de la paz. “Paz estable y duradera”, aunque imperfecta, fue señalada en el todavía incomprendido Acuerdo de La Habana, con el liderazgo de Humberto de la Calle, personalidad por fuera de sospecha en apasionamiento alguno, con el objetivo de construir un paso adelante, en la desmovilización y desarme de la insurrección más antigua del continente, y quizá del mundo. Incomprendido por los apasionados del odio y la venganza, y por la falta de intensa pedagogía en las instituciones educativas que aclimatara la comprensión racional, sobre la base de informaciones verdaderas y del análisis sereno, reflexivo.
En estas consideraciones se vuelve al tema de solo conseguir una educación de calidad cuando los docentes sean bien formados, bien remunerados y con favorable reconocimiento de la sociedad a la cual sirven con esfuerzos denodados. Además, con currículos flexibles, personalizados y estimulantes en la formación de ciencia, arte y humanismo, con maestros comprometidos en lo más profundo del saber y en sus inobjetables relaciones con los alumnos y sus familias. Educación en el modelo de “escuela activa” (devino “escuela nueva”; su principio: “aprender haciendo”) que introdujo a Latinoamérica por Colombia Don Agustín Nieto-Caballero, en los comienzos del siglo pasado.
En ese modelo están dados los métodos para estimular la participación en grupo, con sentido de complementariedad en fortalezas intelectuales/espirituales. Los docentes debidamente formados y entrenados podrán conseguir avances notables, de impacto en las familias y en la sociedad, con formas laboriosas hacia la paz, por arduo que sea el camino.
Julio César, el sabio cónsul romano, expresó haber aprendido de su preceptor o maestro el no tomar partido en las quejas públicas y el asumir a plenitud los deberes propios, con labores llevadas en orden y prioridades, sin atender los chismes que cunden. También tuvo la concepción de formar personas en armonía con la naturaleza, con espíritu sensible y capacidad de discernir con claridad. En verdad, fue una vida de ejemplaridades, por rescatar en las aulas, con revisión de la historia de la cultura, al igual que otras como Sócrates, Confucio, Epicteto,… Montaigne, Spinoza, Rousseau,… Bertrand Russell, Einstein, etc.
En Colombia no han faltado maestros de similar talante, guardadas las justas proporciones. Los hemos tenido, pero en ocasiones han corrido al exilio, como sucedió en el tránsito del siglo XIX al XX, cuando una oleada de maestros huyó de las guerras y de la persecución, para asentarse en Costa Rica, donde aportaron en la construcción de una sociedad civilista y democrática, con desapego a las armas de la violencia. Esa historia hay que reconstruirla y también esclarecer a los docentes que han sobresalido en la forja de nueva condición humana, y destacar a aquellas maestras de los lugares más inhóspitos que con dedicación y amor se las inventan para atender y estimular a los niños en la busca del conocimiento y del entendimiento recíproco, con apego al bien común.
Y en tiempos contemporáneos disponemos de la obra maravillosa de Martha Nussbaum, quien se ha ocupado de examinar con juicio problemas cruciales de nuestro tiempo, con la educación en compromiso. En obra reciente, “La monarquía del miedo”, examina con detenimiento la historia y razones que se han dado en la humanidad para que surgieran y se conserven los males del miedo, la envidia, el asco, el rencor, la venganza, la misoginia, pero también abre compuertas de pensamiento para aclimatar las opciones de esperanza y amor, con fortaleza en creatividad.
Plantea el enfoque de las “capacidades”, con oportunidades reales que los ciudadanos todos deben tener, hasta umbrales de aceptación, para alcanzar una sociedad justa, con los mínimos necesarios. Y delinea diez capacidades por aclimatar y desarrollar, que comprende temas de salud, educación (con desarrollo de la percepción, la imaginación, el razonamiento), sostenibilidad en lo personal y familiar; las emociones, con posibilidades de amar, disponer de gratitud, incluso de indignación; poder vivir en consonancia con el medio natural y con los demás, sin discriminaciones; poder poseer propiedades y participar en reuniones, con defensa de la libertad y la expresión política.
En otra obra fundamental suya, “La fragilidad del bien”, expone la manera como debe educarse al niño para que desarrolle el deseo de gratificación, sin suprimir impulsos, pero modificando decisiones con diálogo y motivación.
Nos falta camino por construir, sobre la base de fortalecer maneras de entendimiento, con desarraigo de la mentira, el odio, la ira, la venganza,… La educación es el cimiento inobjetable para conducirnos hacia una sociedad mejor, de manera gradual, con pasos lentos y seguros. Sin más,… por la esperanza.
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