Hay todo tipo de escuelas que dictaminan sobre educación y pedagogía. Pero la mejor es aquella donde se aprende por el ejemplo de los maestros, de quienes en su ejercicio han dejado impronta positiva en los alumnos. Es el caso de Bernardo Trejos-Arcila (1927-2020), nacido en Riosucio, con educación básica en Pereira y egresado del programa de Filosofía de la Universidad Nacional en Bogotá. Aplicado a la docencia con dedicación y mística. Fue nuestro profesor en el Instituto Universitario de Caldas, en asignaturas de Filosofía, latín, francés, con extensión en apreciación musical. Ameno e ilustrado expositor, receptivo de las inquietudes de los estudiantes, con respeto y estímulo al librepensamiento. Antes de comenzar la clase atendía preguntas, incluso sorprendía cuando se le consultaba sobre alguna cita en otro idioma que se encontraba en lecturas, y con precisión la identificaba y traducía. Políglota, conocedor de lenguas clásicas y modernas, incluido el hebreo.
Fue docente de cátedra, en el área de humanidades, en la Universidad Nacional de Manizales, y de tiempo completo (8 años) en la Escuela de Filosofía de la Universidad de Caldas, con asignaturas como “Historia de la Cultura”, que cursé con él. Su mayor tiempo de labor estuvo en la Universidad Tecnológica de Pereira. Conferencista y ensayista de originalidad y rigor. En 1986 se publicó un volumen, “Filosofía de la Cultura”, tema de su principal interés, que aborda con elementos de la ciencia, la técnica y el arte, en la dimensión antropológica.
Le correspondió impartir la “Oración de Estudios” el 20 de noviembre de 1961, para nosotros los bachilleres del IUC, en la cual expuso, con docta escritura y dicción cuidadosa, problemas de la época que él identificaba en la crisis de los valores espirituales y el auge de la mediocridad, con sus causas en el afán de ‘confort’ y la vanidad por los progresos de la ciencia. Observó en la juventud la indiferencia, el letargo, la “actitud dolorosa de remanso tranquilo”, con llamado a disponer con pasión de las energías en ideas de llevar adelante. Como secuelas de la banalidad recordó la tendencia a desaparecer el amor, como pasión vehemente que ha construido gran parte de la historia humana.
Sobre el afán de ‘confort’ examinó los motivos, así el “espíritu de comodidad”, la preponderancia del pasarla fácil, sin ánimos de llevar adelante grandes propósitos, con dedicación y entereza. Asimismo señaló la abulia del estudiante para memorizar lo fundamental, practicar lo que aprende, analizar y sistematizar los elementos de un determinado estudio, con profundización en lecturas complementarias. Se cae en la posibilidad como deseo de adquirir las verdades científicas sin esfuerzo. También indicó lo negativo de entregarle al estudiante todo molido, lo que limita las posibilidades mentales, por falta de motivación para emprender la búsqueda de conocimiento con aplicaciones de esfuerzo personal. En ese momento entrevió efectos negativos en el avance de la técnica, cuando todavía no se desplegaba la informática, a pesar de los logros para facilitar labores e intensificar la producción en lo útil para la sociedad. Con gracia de advertencia anotó los efectos de la inactividad en el tedio y la melancolía.
En cuanto a la vanidad por los progresos de la ciencia, consideró la excesiva confianza que se ha depositado en ella, a pesar del asombro en sus desarrollos. Igual mencionó la “crisis del respeto”, con pérdida del sentido de la admiración, dando paso al auge de la soberbia. Hacen falta referentes de personalidades de altos niveles académicos, en las diversas disciplinas, que puedan motivar el procurar asemejarse a ellas. Pero se impusieron -dijo- los triunfadores en el fútbol y el ciclismo, que son venerados en la sociedad, con desconocimiento de quienes sí han dado aportes sustantivos para el desarrollo humano. Con acierto aludió a la manera como el deporte se impuso para el lucro en la modalidad de profesionalismo, en desmedro de fomentar la práctica del deporte para fortalecer la salud, con despliegue formativo de la sociabilidad y la solidaridad.
Bernardo Trejos-Arcila, personalidad de recordar y exaltar en disciplinas del pensamiento y la pedagogía, terminó su disertación invocando la necesidad de “corazones bravíos, conciencias diamantinas, espíritus apasionados por lo grande.” Con la indicación de lo que engrandece a los pueblos: la cultura, la moral elevada, el aporte espiritual al progreso.
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