Cada instante es un reto. Los días se suceden como abismos, como lugares insondables, pero con ocasión de luchar por la vida, sus saberes y sus gustos. La historia da cuenta de todos los horrores que se ocurren sin límites. Guerras y más guerras, con resultados en muertes incuantificables y en la desolación extendida. La industria armamentista es el mayor y más nefasto negocio que encandila las civilizaciones, por lo pronto sin solución alguna. Todo por las ambiciones de dinero y de poder. Surgen las potencias imperiales, y se muestran de continuo los dientes, con rugidos intimidadores. El desarrollo sofisticado y bárbaro de los armamentos ha llevado a disponer de ojivas nucleares que amenazan con la vida en el planeta. Y las potencias se desafían en cuál tiene la más poderosa y de mayor alcance.
No se comprende lo infernal de esos procedimientos. Somos seres supuestamente “racionales”, pero la racionalidad se suele usar como estrategia de combate, tomando procedimientos de la ciencia y los avances tecnológicos, para afianzar el poder de unos contra otros, incluso con la producción de armas biológicas y químicas. Los países más desarrollados sobreviven, reconstruidos y con ambición de modelar nuevos comportamientos, como en el caso de la Unión Europea, para que las guerras no volvieran y hubiese un organismo para dirimir las diferencias y acordar el respeto recíproco. Ilusión afortunada que ha favorecido décadas después de la segunda guerra mundial. Pero hoy las cosas tienen color de la más alta preocupación.
Sinembargo, está la Cultura, con sus elementos de educación, ciencia, arte, humanismo, que sigue navegando en el intento de llegar a ser conductora de los desarrollos humanos. Edgar Morin, ese joven de cien años que sigue en pie pensando, con vocería pública, ha insistido en la creación de un consejo de seguridad permanente a nivel mundial, para afrontar las controversias sin llegar a la guerra. Algo similar plantearon Albert Einstein y Bertrand Russell, con la ambición de configurar un gobierno mundial. Deseos bien distantes hoy. No habrá que perder esas miradas estratégicas.
Martha Nussbaum, a su vez, ha invocado la trascendencia de las artes y las humanidades con la vocación de forjar un mundo en que valga la pena vivir, sin apego al dinero. También está en esa línea la ciencia, como método para comprender y resolver problemas, con alcance en el entendimiento de origen y procesos de la vida, de todo lo existente, y afirmar la capacidad de inquietudes y búsqueda en el conocimiento. Procesos en positivo, para enriquecer las formas de saber y de aplicaciones que permitan conseguir la sostenibilidad de la vida en el mundo.
En la educación hay que hacer énfasis en fuentes imperecederas, con las contribuciones y enseñanzas de clásicos, como Sócrates y Confucio, entre otros. Así, Confucio delineó un código de nueve valores, con cinco prácticas en correspondencia. Los valores: claridad, escuchar sin confusión, amistad, respeto, lealtad, responsabilidad, dudar y preguntar, asumir las consecuencias de los propios actos, y justicia. Y las prácticas consecuentes: cortesía, tolerancia, buena fe, diligencia y generosidad. Formar en esos valores y prácticas nos ayudaría a mejorar la humanidad, para alcanzar la convivencia en pluralidad, la solución de conflictos con debates que conduzcan a la conciliación. A su vez, Confucio recuenta los defectos que deben evitarse a toda costa: temeridad, arrogancia, vulgaridad, dogmatismo, obstinación y vanidad. No se trata de una religión sino de un cuerpo de conocimientos para el mejor desempeño de los individuos y de las colectividades, con el deseo de ejemplaridad en los gobiernos.
Sócrates, ese coloso pensador, por demás rebelde, favoreció la discusión pública con preguntas consistentes para poner en cuestión todo aquello que se consagraba en lo cotidiano, desentrañando lo paradójico y absurdo, al instaurar en la historia de la cultura el reconocido “pensamiento crítico”, en tanto reflexión con capacidad de examinar en libertad opiniones, pensamientos, actitudes, con razonamientos. Se ocupó, por ejemplo, de desentrañar sentidos para la belleza, el bien y la piedad. Muere condenado a beber la cicuta, después de invocar ante los jueces su inocencia con sabia y profunda defensa. Muere con serenidad en acatamiento a lo dispuesto, una actitud de frontera.
De Gandhi también aprendimos que no basta con ser no violento, sino que es indispensable actuar ante las injusticias sociales.
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