Se trata de un poema (Madrid-Buenos Aires, 1997) de Graciela Maturo (n. 1928) que congrega sensaciones de nostalgia, de dolor, de apego a los entornos naturales en especial del mar, los árboles, las aves. Es una especie de resumen de vida en los ajetreos propios de una personalidad formada en las letras y en la filosofía, no ajena a las venturas y desventuras debidas a la condición humana. Establece por ejemplo parangón entre el ocaso crepuscular y la muerte. En los despuntes del día parece que los pájaros cantores ayudan al surgimiento y avance del Sol. Y concibe la luz en su trayectoria entre la oscuridad del universo.
No deja de avistar la ciudad como una especie de fiesta, en medio de un océano de belleza, con el regocijo propio de la claridad en los ojos. Cada amanecer lo aprecia como inesperado, a la manera de irrupción de otro o un nuevo tiempo. A la vez concibe el desgaste de los cuerpos en el transcurrir del tiempo, hasta llegar en figura metafórica al centro encendido de una rosa, especie de símbolo del arribo al fin de la vida en un momento de esplendor. Pero no deja de entender que se tiene un cuerpo trágico, a pesar del gozo y de las alegrías. Sus insomnios los recuenta en las noches en vela, con cansancio de amor, pero con los libros en proximidad infaltable. De esa manera llega al despertar del día como a un templo desconocido.
Pasan a veces los días sin el arribo de una palabra, es el silencio, o el cansancio, o el abandono. Y la tristeza irrumpe como si se tratase de herramientas de plomo, con la dureza y la frialdad que en esas inesperadas ocasiones tratan de imponérsele a la vida. Lo frecuente es el silencio de las tardes, con afloramiento de inquietudes por la razón de ser o el sentido de la vida.
En medio de todo, el amor surge con hilos de convergencia, algo así como una luz que se filtra por alguna rendija, sin despejar del todo la negación del tiempo que de pronto irrumpe como un frío sobrecogedor en el espíritu. Se aprecia también el alba en un panorama de misterio, en tanto circula el aire de los bosques con el fresco olor a madera, cuando el mismo rocío confunde los cabellos con los tréboles. Se desdibuja en gradualidad la ciudad con asomo de multitudes, donde los rostros se confunden unos con otros, perdido cualquier centro de atracción, con esquinas distraídas, y resulta al final la imagen del no ser.
Acude a la muerte no como deseo, sino como una constante de preocupación que circunda cada paso de la vida. Está el recordar la infancia propia al transitar por lugares poblados de abedules, jacarandás, jacintos, lilas, en medio de músicas propias del despertar del día, las de los trinos y diálogos de aves en la ciudad de la memoria, con todo aquello vuelto silencio.
En ese hacer memoria le parece haber sido también un ave con las otras reales, sobrecogidas de asombro, con el objetivo de congregarse en un templo, que a la vez denota el significado de un pequeño mundo, ilusorio. Vuelve la sensación variopinta del despertar del día, con aire de danza, entre flores y yerbas verdeazules, en la inocente condición de infancia, sujeta a la risa al pisar los tréboles húmedos. Vuelve la autora al presente de su vida, estimada como un viaje entre las estrellas en busca del origen, en espacios del sueño.
Esa infancia en la memoria le hace saborear la ternura que contrarreste la oscuridad de lo insensato en la atmósfera cotidiana, con la esperanza de inventar un aire favorable a la concordia y a la esperanza. La música ronda en los versos, bajo el deseo de instaurar la felicidad, en oposición a los momentos grises y oscuros, en contraste con la imagen de un río de oro en un tiempo desolado y desértico. Otra búsqueda es la certeza, con lo transitorio de figuras en la palma de la mano, especie de recurso adivinatorio.
Persisten en el poema imágenes del viento, el tiempo, el silencio, la tristeza, la desolación, con madrugadas de incertidumbre y suposiciones de contrariedades. Atisbo de lo inesperado en dificultades de la vida. La esperanza le resulta un llamado en ocasiones, cuando hay reposo en el corazón y humedecimiento de azucenas en la frente. Son momentos en los que el arcoíris se forma de plumas y la belleza es motivo de ser apreciada, ocasión de placer.
El magno poema, al que me refiero, quiso la autora que fuese recordado y difundido con motivo de cumplir ¡90 años! el 15 de agosto de 2018. Motivo por el cual acudimos a una edición digital ilustrada por Pilar González-Gómez, desde Madrid. Asimismo, fue objeto de estudio en la Versión 32 (II-2018) de la “Cátedra Aleph”, en la Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales.
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