Me he pasado la vida en lides de ciencia-arte-humanismo, con la literatura involucrada. No sabría por qué la poesía me persigue, en lecturas y en asedios de pensamientos y de escribideras. En la Revista Aleph, además del ensayo y las artes, la poesía ha sido protagónica. Temprano en la vida tuve cercanía con poetas de vuelo. Pasados los años fui teniendo correspondencia con algunos de otros lugares, y tuve la fortuna de entrevistarlos para mis “Reportajes de Aleph”. Fue el caso de Germán Pardo-García (1902-1991) cuya obra me asedió temprano por sus nexos con el mundo griego y con la ciencia. Tuve la oportunidad de pasantía en México (1988) y un propósito central fue visitarlo. Le escribí anunciándole, con respuesta pronta indicándome la dirección de su residencia y con la recomendación de alojarme cerca de él en el hotel María Cristina, en la Calle de Lerma, de hermosos jardines. No encontré cupo pero sí en otro de proximidad, el Regente. Recibí llamadas suyas cada mañana para preguntarme cómo me encontraba, y en una de ellas convinimos la primera visita, con señal clara para llegar a su vivienda, en la Calle Río Támesis, número 16, próxima al Paseo de la Reforma.
El día de ese encuentro se acordó a las cuatro de la tarde, y como llegué más temprano gasté minutos de observador en la esquina próxima. De pronto de ese número de portón sale el personaje, con bordón, erguido, de gorra, pulcramente trajeado en terno de paño y corbata, además con guantes de cuero. Al aproximarme levantó la cabeza y aprecié sus ojos pequeños de un verde penetrante. Nos saludamos como si hubiésemos tenido prolongada amistad. ¿Cómo está usted?, me dice, agregando, qué bueno tenerle aquí. Accedo a su residencia, en el primer piso de edificación de tres; un modesto cuartito con letrero en la puerta: “Paz y Esperanza”, expresión que utilizaba en sus cartas antecedida a la firma, pero en griego: “Irene kai elpis”. Espacio muy bien dispuesto con cada cosa en su debido lugar. Una silla sencilla donde se sienta, y en la pared que le queda detrás tres imágenes que le acompañan con devoción: Einstein, Julio César y Jack Dempsy, los que me identifica: el primero, el personaje más grande del siglo XX, el segundo, general y cónsul romano de la frase célebre: “Veni, vidi, vici” (Vine, vi, vencí), al dirigirse al Senado después de ganar la batalla de Zela, con derrota al rey del Ponto, y el tercero, Dempsy, campeón norteamericano de boxeo.
Curiosa trilogía que rige, según me dijo, su fidelidad intelectual, seducido por la fuerza del pensamiento, del guerrero y del ring. No dispone de abundante biblioteca, apenas le observé un diccionario de griego y unos tres o cuatro ejemplares de sus libros publicados. De memoria fastuosa, todo lo leído lo recuerda con frescura. Conocedor del griego, del latín, del francés, del italiano,… Autor del orden de cuarenta libros publicados, con especial cuidado editorial. Creó y sostuvo por muchos años, desde 1958, un periódico de gran formato y fino papel, de nombre “Nivel – Gaceta de cultura”, en especial dedicado a la poesía, que circuló con amplitud en hispanoamérica. También fue el fundador de la Revista de la UNAM, sosteniéndola con avisos publicitarios. A México llegó en 1931, atraído por la personalidad y la obra de Carlos Pellicer, a quien conoció en Bogotá en 1918. Tuvo una infancia dolorosa con padecimientos de salud y pérdidas familiares tempranas. Quizá de allí radicó su condición huraña, melancólica, atormentada, manifiesta en casi toda su obra. Escribió conmovedor relato sobre su vida en el prólogo a su voluminosa obra “Apolo Pankrator”, que reúne su poesía total hasta 1975. Su poema, “Las voces del abismo”, es un intento de conciliar toda la ciencia en 200 versos.
Su poesía abarca las diversas formas clásicas desde las elaboraciones gongorinas hasta los gritos cósmicos. Estudió la física desde el aporte de los griegos (Demócrito, Heráclito, Tales de Mileto, Parménides, Aristarco de Samos,…) hasta la época contemporánea, asimilando el pensamiento e interpretando el sentir humano, con expresión en su obra, que tuvo valoración dispar. Andrés Holguín destacó su condición de sonetista, Torres-Rioseco lo calificó de clásico, con dominio en especial del soneto que llevó a la perfección. James Willis Robb lo interpretó como poeta clásico y moderno, poeta etéreo y de las alturas, poeta de tierra y cielo.
En las diversas ocasiones que lo visité hablamos largo, con temas de la literatura, la ciencia, la vida. En una de ellas me invitó a cenar en restaurante donde no se dejó atender sino por el propietario, con quien habló en perfecto italiano. En otra oportunidad me invitó al teatro “Metropolitan Plus” para ver una película de su elección: “Vigilantes de la calle”, de pandillas juveniles norteamericanas. En su libro “Últimas Odas”, publicó el soneto “E = m.” que me dedicó.
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