He publicado varios trabajos sobre Emma Reyes (Bogotá 1919 - Bordeaux 2003), en la condición de pintora y escritora, sin ella presumir de esto último, pero sí de lo primero. Y ahora me propongo registrar aspectos de nuestro encuentro, a propósito del quizá centenario de su nacimiento.
La historia comienza en Germán Arciniegas, quien de vieja data estuvo como animador cerca de la vida y la obra de Emma Reyes, con intercambio nutrido de correspondencia, con encuentros en diversas ciudades del mundo. Una cierta vez, el maestro Arciniegas me compartió una libreta de Emma Reyes, con relatos manuscritos alucinantes: su veta oculta de escritora; pedí a ambos autorización para publicar alguno de ellos.
Con Arciniegas escogimos el relato “El sueño de las cabezas”, publicado en la Revista Aleph No. 91 (1994). Se trata de la narradora haberle robado la cabeza a un pintor, que la tenía en peldaño alto de escalera acristalada, para hacerse un autorretrato, por estimarla de ser de persona inteligente, y para ocultar la suya por pequeña. La hospitalizan y le abren la cabeza en tres partes, descubriendo los médicos que adentro tenía una cabeza pequeña, que en realidad era la suya. Ella se resiste a que se la supriman, objetando el razonamiento de los galenos. Y expresa que cómo es de fatigoso soportar el peso de una cabeza inteligente, al considerar lo ligera que es la carga de la estupidez.
Emma Reyes, colombiana, se desprendió casi niña de su tierra natal (Bogotá), después de una infancia de tormentos, y tomó vuelo, con más de cincuenta años de vida intensa en Europa, paseándose de una ciudad a otra con su atelier. Recogió sus recuerdos en una vieja y bella casa de dos plantas con mansarda. En la misma tenía su espacioso y ordenado taller donde trabajó incluso lienzos de gran formato con los motivos del trópico: aquellas flores exuberantes y sensuales, y los cortes de frutos provocativos. O los rostros fantásticos bajo el drama también de estas latitudes donde Emma llegó a la vida.
Otro ingrediente se suma al interés que fui cobrando por Emma. Al haber entrado en comunicación escrita, directa, me enteré de un cuadro suyo que había elaborado bajo la conmoción que le causó en París la noticia del desastre de Armero, población colombiana que desapareció con motivo de la erupción en 1985 del cráter Arenas, en el volcán-nevado del Ruiz. Aquel rostro de Omaira tocó la sensibilidad del mundo, por los medios de comunicación, bella e indefensa, atrapada en los escombros con su cabecita morocha e implorante sobresaliendo del lodo, le quedó para siempre a Emma como espina de intensa mortificación en su sensibilidad delicada. En medio de la conmoción pintó un gran lienzo de 1.35x2.00 mts., una especie de flor verdi-esperanza enorme, de donde fluyen pétalos a torrentes, y en medio de la avalancha aparece en extremo superior derecho la carita clamante de la inmortal niña. La derrota de Omaira, al no haber podido ser salvada por nadie del mundo entero, es quizá una de las mayores reiteraciones simbólicas de la derrota de la Humanidad frente a la naturaleza y frente a sí misma.
Ese gran cuadro lo había enviado la autora al Museo “La Tertulia” de Cali, donde permaneció a la espera de un sitio más cercano al lugar de la tragedia, en deseo de Emma, como testimonio que referenciara por siempre el gran drama del ser humano, en una nueva expresión. La convencí para traer la obra a Manizales y le propuse que la entregásemos al Fondo Cultural del Café, donde reposó de septiembre de 1998 a junio de 1999. Ella, todavía susceptible con el sector de los cafeteros, no quiso por nada del mundo que quedase allí. Se invocó el Museo de Arte de Pereira, donde finalmente fue a parar.
Livia y yo la visitamos en mayo de 1998. Las conversaciones comenzaron en su casa de la calle Mazarin No. 76, y terminaron al otro día en una estupenda cena en el Café Regente de la Place Gambeta, sobre la calle Clemenceau. En la conversación, Emma se refirió a muchos temas, por ejemplo cuando sale de Colombia muy joven y se decide ir lejos al sur, ocupada en cuanta labor se ocurriera para cubrir costos de manutención y de viaje en todos los medios. Llega a Buenos Aires y pasa a Montevideo, donde conoce a nuestro Guillermo Botero, y se casan por lo civil. Se establecieron juntos por un tiempo en Caacupé (Paraguay), a trabajar en sus oficios de escultor él y ella con sus dibujitos que vendía a los visitantes. Relación que no dura, y cada uno sigue por aparte su camino. Emma gana beca en Buenos Aires para ir a estudiar en París, y toma vuelo.
“Memorias por correspondencia” (2012, múltiples ediciones), cartas que Emma le escribió a Germán Arciniegas (de 1969 a 1997), es libro con relatos que atrapan por el dramático realismo que derrocha con una escritura impactante, afortunada. Puede considerarse como una novela, tejida en diarios entrecortados, con la autora de narradora y personajes que se van sucediendo en función del tiempo.
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