Bertrand Russell (1872-1970) era de una familia aristocrática y tuvo afinidad temprana por las matemáticas. De 18 años ingresó a la universidad de Cambridge (creada en el siglo XIII), con aplicación plena los primeros tres años a ellas. Encontró allí un ambiente motivador de librepensamiento. Luego estuvo tentado por la política y la filosofía, pero se decidió por esta, con inmersión especial en el estudio de los fundamentos de la matemática, a pesar de ser la política una tendencia marcada en la familia. Vivió con entusiasmo en una atmósfera académica hasta la llegada de la guerra en 1914. Deseó que Inglaterra fuera neutral, lo que no ocurrió. Sufrió cárcel por su condición de pacifista activo.
Consideró que no todas las guerras eran injustas, pero sí la del 14, que desencadenó el surgimiento del fascismo en Italia, el nazismo en Alemania y el comunismo en Rusia, y justa la ocurrida para enfrentar la amenaza en el mundo del nazismo, identificada como la Segunda Guerra Mundial. Tuvo dedicación en pensar y ejercer una “educación progresiva”, que cimentara conocimientos, inquietudes y afinidades en la persona desde temprano, con auspicio de la libertad de expresión y de investigación. Sintió la necesidad de llegar a disponer de claridad en el pensamiento y de sentimientos de bondad para mejor avance del mundo.
Russell invocó por el mejoramiento de la condición humana para conseguir incrementar en las personas los sentimientos benévolos y disminuir en ellas la predisposición a la ira y al odio, por medio de campañas sostenidas en la educación para todos. Fue contrario a la filosofía del marxismo por encontrar en ella dos errores, tal como pudo observar en prolongada visita a Moscú: en la teoría, por cuanto se creía que lo indeseable era la economía de mercado y de la propiedad, y en cuanto a los sentimientos, puesto que creyeron que podía conseguirse lo bueno al impulsar el odio por las políticas que le eran adversas. A su vez, observó que los pensamientos y los sentimientos estaban ensombrecidos por el miedo a nuevas guerras. Esto lo llevó a impulsar con ahínco la concepción de una esperanza prudente, y alcanzar la unificación del mundo, con un gobierno de concertación internacional, que llevara a la abolición para siempre de las guerras, con disposición de atajar el predominio del odio, de la desmesura en ambiciones y en los dogmatismos.
Esa práctica de convicciones la ejerció sin falta, con apoyo en la filosofía liberal, optimista, que condujera a una democracia parlamentaria, con libertad personal y libertad de los países sin ser sometidos por las potencias. En conjunto, tuvo la convicción de que se pudiese alcanzar una especie de humanismo universal. Al amparo de esa formación, desde muy joven sostuvo la necesidad de evitar un desastre global por las amenazas nucleares, de abolir la pobreza extrema, de fortalecer y desarrollar el respeto en las diferencias, de promover los sentimientos bondadosos, y de fomentar la iniciativa privada. Todo esto será posible, dice, si se tienen las ganas de lograrlo.
Describe dos criterios fundamentales: los estados opositores deberán comprender que sus objetivos no pueden alcanzarse con la guerra, y se hace necesario disminuir la desconfianza, el odio y el miedo entre ellos, con los consecuentes espacios de negociación. De igual modo establece que la guerra no puede ser una prolongación de la política. Y las ideas no se deben imponer por la fuerza sino por la persuasión, con la muy difícil perspectiva de llegar a comprender que la humanidad conforma una sola familia, de espíritu continuamente creador.
Llama la atención sobre la capacidad de entender problemas y situaciones en alianza de razón y sentimiento, además de romper en lo posible la tiranía del aquí y el ahora. Promueve la formación de buenos ciudadanos, incluso de ciudadanos del mundo, con entrenamiento para la persuasión y la paciencia, con capacidad de resistir al avance del mal. Se ocupa de cómo forjar una vida buena, con base en el amor guiado por el conocimiento, al amparo de la necesidad de voluntad entusiasta, en el propósito de lograr que todas las personas puedan beneficiarse de los hallazgos de la ciencia. Un mundo mejor podría alcanzarse al combinar con imaginación y armonía la capacidad de disfrute, la comprensión y la benevolencia. Y la esperanza es fundamental para despertar y promover acciones al servicio del bien común.
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