Darío Moreu arrastraba entre sus zancos un pipí gigante. Otra vez había llegado con su disfraz de Sátiro Alado y los policías le dijeron que no podía entrar a la Gran Parada del Carnaval de Barranquilla. El día anterior, en la Batalla de Flores, había agarrado y levantado su falo enorme en plena cara del presidente de la República.
Después de cuatro horas, Darío y sus compañeros de carnavalada lograron acordar algo con los uniformados. Lo dejarían pasar así disfrazado, siempre que entregara su pipí gigante. Así que se los dejó ahí, con la correa de amarrar y todo. Sin embargo, Darío tomó un cartón y escribió “CENSURA”, igual de gigante, igual de enorme, y con un pañuelo se lo colgó a la altura de las piernas. Así echó a andar por la avenida en la que el carnaval sucedía.
Heriberto Fiorillo no pudo haber encontrado mejor escena para arrancar su crónica ‘La larga pena del Sátiro Alado’, en 2001. Es la imagen de un carnaval que, aún en el intento de ser silenciado, vuelve siempre a su sentido. De válvula de escape, de expresión y resistencia desde la máscara. Un carnaval que no desaparece ni en la catástrofe ni en la represión, porque está lleno, de significado, de potencia. Al menor obstáculo es capaz de armar otros mil carnavales posibles.
También es una imagen que nos habla de las fiestas en esta época de crisis.
“Kombilesa mi, suto ta jarocho”. Así nos saludó el presentador de la transmisión virtual del Festival de Tambores de San Basilio de Palenque, el 9 de octubre pasado. En su propia lengua, le antepuso tres días de celebración palenquera a la pandemia. No hubo crisis que detuviera en Youtube y Facebook el bullerengue, la champeta, el rap folclórico palenquero, sus danzas, sus peinados, sus atuendos. La memoria del palenque, llena de sentido, seguía adelante.
El 6 de enero, a la concha acústica Agustín Agualongo, en Pasto, la vistieron con la fosforescencia del Carnaval de Negros y Blancos. Mientras los artistas cantaban que “no se nace en vano al pie de un volcán”, veíamos al fondo el juego de esculturas enormes que suelen llevar las carrozas. La mujer jaguar, el campesino nariñense, el prócer burlado, el cuy engalanado, al hombre afro y sus viandas. La escena que le prepararon los artistas y escultores a la pandemia, resultó ser un carnaval deconstruido en una nueva forma de ser.
Tan potenciado en su propio sentido, se hizo un desfile de lo virtual.
El 1 de enero ya nos habíamos encontrado por Facebook al Carnaval de Riosucio. Sin espectáculo ni grandes inversiones para lo virtual, nos reunieron en torno a la transmisión para invocar a su majestad el Diablo y conjurar la catástrofe universal.
Lo hicieron como saben hacerlo, con la palabra, la conversación, el verso, la memoria del origen triétnico, la expresión crítica de las cuadrillas. También con la advertencia de que el jolgorio es más para quienes aún no estamos preparados para entenderlo todo. Sabemos que para este Diablo la crisis global ha sido siempre cualquier tiempo, solo cambia de nombre y presentación. Por eso mismo cualquier modo, incluso el virtual, es excusa para encender de nuevo la llama.
La Feria de Manizales parece entonces tan vacía. Ante la crisis, nada. No encontró palabra o imagen que la explicara y vio su incapacidad de encender cualquier virtualidad. Como lo hemos dicho, parece que no ve sentidos, no tiene significado, no la impulsa ninguna idea.
De ella solo es posible esa forma sin relato, repleta de actividades y de cazafortunas, sin hilo conductor, con la fiesta como fin y repetición, sin planeación, con varios provechos económicos todavía informales y accidentales.
Hay que exceptuar a la temporada taurina, que sigue dando lecciones de significado y sentido, y aún en la crisis vio un tránsito a la virtualidad.
No encontramos ningún sentido con el cual crear una Feria virtual este año. Apenas si hubo reclamo de gestores culturales, pero más desde su dependencia del erario. Apenas si hubo reclamo de comerciantes y patrocinadores, pero más desde sus finanzas que desde su identidad. Apenas si se revivieron ideas elitistas que creen que resolveremos el vacío solo con borrar el mal gusto y homogeneizar lo que somos.
Le entregamos la Feria a la crisis, con la correa de amarrar y todo. Entonces ya no supimos qué mostrar.
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